Decir que los ojos del país estarán fijados en Washington suena a exageración, pero no hay duda de que las relaciones entre Colombia y Estados Unidos formarán parte de la agenda noticiosa durante la semana que viene. El motivo principal es la reunión programada para el jueves 18 en la Casa Blanca, en la cual Donald Trump y Juan Manuel Santos pasarán revista a los asuntos que forman parte de la agenda común.
Uno de los temas que encabeza la lista es el comercio. Las posturas proteccionistas del mandatario republicano causan inquietud en las más diversas latitudes y especialmente en economías cuyo principal socio es el llamado ‘Coloso del Norte’. Si bien las amenazas de elevar barreras no se han vuelto realidad, somos vulnerables a acciones unilaterales por parte del Tío Sam, que compra cerca del 30 por ciento de nuestras exportaciones.
Por tal razón, vale la pena poner la cara con el fin de insistir en la inconveniencia de cualquier intento de restringir el intercambio binacional. El argumento obvio es que la balanza comercial favorece al lado estadounidense cuyo saldo en negro, al cierre del primer bimestre del 2017, llegó a 360 millones de dólares, de acuerdo con las estadísticas del Dane. Cerrar la llave afectaría de forma más que proporcional a los productores norteamericanos, debido a lo cual lo lógico –visto desde allá– es que es mejor dejar las cosas como están.
En cambio, vale la pena insistir en el potencial del TLC, que el lunes cumple cinco años de vigencia. A pesar de que un lustro parece largo, el acuerdo es joven y falta mucho para que sea aprovechado plenamente. Por ahora, es posible hablar de lazos más fuertes que ojalá sean el preámbulo de mejores cosas por venir, a través de oportunidades de negocios en los dos sentidos.
En lo que atañe a Colombia, es destacable que las exportaciones diferentes a las de la minería y los hidrocarburos hayan crecido algo más de 12 por ciento en cinco años. Renglones como calzado o química básica muestran una dinámica interesante. También es notable el desempeño de los alimentos, desde las frutas tropicales hasta la tilapia, pasando por el queso fresco o los artículos de confitería.
No obstante, es necesario aceptar que las expectativas de un auge exportador no se convirtieron en realidad, por lo menos hasta ahora. Las explicaciones abundan e incluyen la propia debilidad de la economía estadounidense tras la crisis del 2008, al igual que la falta de competitividad de nuestras ventas externas.
Tampoco, a decir verdad, ha tenido lugar el escenario catastrófico que plantearon quienes en su momento se opusieron al TLC. Sin desconocer que los aranceles para los bienes Made in USA bajaron, no se puede hablar de una invasión de artículos foráneos. De hecho, los fabricantes nacionales sufren más en ocasiones con la competencia que viene de China o México.
Al mismo tiempo, restringir el análisis al plano puramente comercial da una visión parcial de lo sucedido. De tal manera, los flujos de inversión son importantes y las cuentas oficiales hablan de 115 proyectos estadounidenses iniciados en el territorio nacional desde el 2012, de los cuales 93 corresponden a operaciones nuevas. La llegada de viajeros, a su vez, creció 52 por ciento y el número de frecuencias de avión subió en una cuarta parte, hasta 246 semanales.
Todo lo anterior demuestra que hay un futuro que puede ser mucho mejor para ambos socios del TLC. Desde el lado colombiano, el desafío es desarrollar la oferta exportable, ojalá con productos de mayor valor agregado.
Ante la observación de que no somos competitivos, quienes han tenido éxito dicen que lo que falta es decisión y empuje a la hora de conseguir clientes. Sea cual sea la razón, el mensaje central es que podemos hacer más para aprovechar el mercado estadounidense, pero que debemos aplicarnos con mayor ahínco en la tarea.
Editorial
Ni auge ni catástrofe
Al cumplirse cinco años del TLC con Washington, el balance muestra elementos positivos aunque inferiores a las expectativas.
POR:
Ricardo Ávila
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