Mientras los precios del petróleo continúan su camino hacia los 70 dólares por barril, en el caso de la variedad Brent, y los más entusiastas pronostican cotizaciones todavía mayores para el cierre del 2018, en Colombia los analistas han sacado la calculadora con el fin de proyectar lo que ello puede implicar. El motivo es que los pronósticos se habían hecho con otro escenario, como sucedió con el Ministerio de Hacienda que tomó como base para su plan financiero un barril a 55 dólares, en promedio.
Buena parte de las cuentas comienzan con el sector exportador, que será el primero en registrar los ingresos externos adicionales. Suponiendo que la producción de crudo siga en niveles similares a los del año pasado, el impacto se puede estimar con facilidad.
De acuerdo con el Dane, el renglón de petróleo y sus derivados facturó 11.645 millones de dólares entre enero y noviembre del 2017. El valor promedio de venta llegó a 54 dólares por barril, pues la senda ascendente solo se hizo notar en la parte final del calendario.
Por tal motivo, si en el presente ejercicio la mejora en el precio es del 20 por ciento en promedio, el incremento en las exportaciones colombianas del combustible sería de unos 2.500 millones de dólares anuales, que no es un dato menor. Y si los 69 dólares de hoy fueran la norma, la suma extra sería cercana a los 3.500 millones de dólares, anotando que es mejor tener cautela. A fin de cuentas, la volatilidad es la norma en el mercado de la energía y lo que está arriba hoy, puede bajar mañana.
Aun así, los especialistas señalan que hay otra ganancia potencial que no se puede pasar por alto, en el caso del país. Tradicionalmente, si el costo de los hidrocarburos aumenta, el de sus sustitutos también, lo cual influiría positivamente sobre el carbón que es nuestro segundo renglón de exportación. En los primeros once meses del año pasado, el capítulo de hulla, coque y briquetas facturó 6.227 millones de dólares por sus despachos al exterior.
Todo lo anterior permite entender por qué el peso se ha fortalecido frente a la divisa estadounidense, a pesar de que las circunstancias globales favorecen al billete verde. Aun sin tener certeza de lo que deparará el futuro, al día de hoy lo que se ve es un aumento considerable en los ingresos externos.
Y aunque la noticia es bienvenida, entre otros motivos porque hace menos angustiosa la realidad fiscal, hay situaciones que no se pueden pasar por alto. Una de ellas es que seguimos siendo una economía altamente dependiente de los bienes primarios, con los peligros que implica.
Puesto de otra manera, la anhelada diversificación de las exportaciones que debería haber tenido lugar tras la fuerte devaluación de la moneda nacional hace tres años, sencillamente no ocurrió. Aparte de los segmentos mencionados, seguimos vendiendo café, flores y otros bienes agrícolas. Una mención aparte merece el oro, que representa 5 por ciento de nuestras ventas externas, lo cual deja un sabor agridulce, pues más del 80 por ciento de su extracción se realiza de manera informal o ilegal.
Es verdad que hay esfuerzos loables en lo que atañe a ofrecer artículos con mayor valor agregado. No obstante, el capítulo de las manufacturas no muestra una evolución destacable, más allá de que en químicos o equipo de transporte se hayan conquistado mercados que no existían.
Por lo tanto, y así los precios del petróleo se mantengan en niveles elevados, hay que cuidarse de no caer en la falsa complacencia derivada de cifras más grandes de exportaciones. Tal como ocurrió en las épocas de la bonanza, el mérito estaría más en las bolsas internacionales que en las políticas nacionales. Mientras tanto, seguirá pendiente la tarea de ‘desprimarizar’ la oferta de productos que Colombia les vende a otras naciones.