Esta semana, el Gobierno publicó los resultados de la Encuesta Nacional de Situación Nutricional (Ensin) correspondiente al 2015. Desarrollada por el Ministerio de Salud, los institutos Nacional de Salud y Bienestar Familiar, Prosperidad Social y la Universidad Nacional, la medición quinquenal evaluó el estado alimentario y nutricional de más de 44 mil hogares de todo el país. La fotografía instantánea que deja el estudio es muy preocupante.
Colombia está subiendo peligrosamente de peso. Prácticamente, en todas las edades aumentó el porcentaje de encuestados con sobrepeso. En adolescentes, entre el 2010 y el 2015 esta tasa casi se duplicó: de 15,5 a 27,9 por ciento. Más de la mitad de los colombianos adultos entre 18 y 64 años (56,4 por ciento) son obesos o sufren exceso de peso. Esa proporción despierta alarmas, ya que esta condición es la puerta de entrada para enfermedades graves y causantes de la muerte.
En el otro extremo, la desnutrición se ha convertido en un duro flagelo que golpea a los más pequeños y vulnerables. En la primera infancia, entre 0 y 4 años, la desnutrición aguda pasó del 0,9 al 2,3 por ciento. Entre la población infantil indígena, la tasa de desnutrición aguda salta a 8 por ciento. Tantas noticias sobre niños muriendo de hambre en ciertas zonas del país, como La Guajira, no podían pasar sin dejar huella en las estadísticas. Detrás de estos guarismos se esconde la tragedia de muchos hogares incapaces de proveer alimentación mínima a sus hijos.
Otra preocupante serie de datos de la Ensin 2015 cubre los retrasos en las tallas. Casi 8 por ciento de menores en edad escolar y 10 por ciento en adolescentes, merecen la atención inmediata no solo de las autoridades de salud, sino también de las educativas.
Sin una alimentación adecuada y suficiente estos niños y jóvenes sufrirán un rezago permanente, que va mucho más allá de la estatura. Al desagregar los datos se ve que estos menores se concentran en las regiones más vulnerables del país y en las zonas indígenas.
Lo paradójico es que en varios frentes, e incluso en algunas mediciones de salud, las condiciones de los colombianos han mejorado notablemente en los últimos años. En muchos hogares, los indicadores básicos que miden la calidad de vida son hoy más positivos que en el pasado reciente. No obstante, la robustez de este instrumento estadístico no deja margen para la duda: la obesidad y el sobrepeso crecen en el país, mientras que la desnutrición es una amenaza tangible y mortal para muchos pequeños de regiones pobres y alejadas.
La situación nutricional de una sociedad es un asunto de dignidad y de los derechos más básicos. Un país democrático y con una economía libre no puede permitir la mínima presencia de hambruna en su territorio. Por el lado del exceso de peso, los impactos tanto en la salud individual como en el conjunto de la economía, han sido suficientemente documentados. La obesidad es considerada una epidemia para países ricos y en vía de desarrollo, al mismo nivel que el tabaquismo y el alcoholismo, y en Colombia es la primera causa de muerte.
El sobrepeso aumenta los riesgos de enfermedades no transmisibles serias que generan altos costos al sistema de salud, ausentismo laboral y otros factores que impactan gravemente la productividad. El panorama que refleja Ensin 2015, resalta la urgencia y la necesidad de que el país diseñe e implemente una política nutricional y alimentaria, capaz de abordar integralmente los dos extremos: el exceso de peso y la desnutrición infantil. El deterioro del estado nutricional es inocultable, no da espera y está presente en las ciudades y en el campo, en las zonas indígenas y en las regiones más pobres. Colombia come mal, y hay que hacer algo al respecto.