No deja de ser significativo que en medio de la calma chicha propia del periodo que tiene lugar entre la elección presidencial y la instalación del nuevo Congreso, Juan Manuel Santos haya decidido organizar en Cartagena un evento de alto nivel. Se trata, claro está, del conversatorio sobre la tercera vía que congrega hoy en el Centro de Convenciones de dicha ciudad a personajes como Bill Clinton, Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos, Tony Blair y Felipe González, además de centenares de invitados.
Que cinco expresidentes y exprimeros ministros de renombre se junten bajo un mismo techo es inusual, teniendo en cuenta que provienen de regiones distintas y tienen orígenes políticos diversos. Pero lo que los une es su creencia de que hay un camino distinto al de la izquierda y la derecha, las ideologías que marcaron en uno u otro sentido la senda de las democracias occidentales a lo largo de las década pasadas.
En tal sentido, la tercera vía recoge posturas de ambos lados, pues más allá de atornillarse en ciertas doctrinas, lo que busca es reconciliar las que se pueden acercar y concentrarse en aquello que se describe como un ‘gobierno de resultados’. Anthony Giddens, quizás su principal arquitecto teórico, señala que junto a los objetivos de progreso social que se encuentran en buena parte de los Estados europeos, también hay que buscar las mejoras en productividad.
Puesto de otra manera, se podría hablar de una especie de capitalismo más justo, que aquel que promueven los movimientos de derecha. Para continuar con el juego de palabras, también se podría describir como un socialismo de mercado, distinto al que impulsa la izquierda tradicional.
De hecho, Santos ha sido señalado como un abanderado de esta manera de manejar los asuntos públicos, mucho antes de que tuviera posibilidades reales de convertirse en mandatario de los colombianos. Tan es así, que en 1999 escribió un libro sobre el tema y constituyó la fundación Buen Gobierno con el propósito de promover los preceptos de la tercera vía.
Debido a ello, es difícil esperar sorpresas en la cita de este martes. Pero a diferencia de hace cuatro años, cuando era visto como sucesor legítimo del uribismo, el actual inquilino de la Casa de Nariño desea dejar en claro que también aspira a dejar una impronta quizás menos dogmática que la de su predecesor, pero consistente en señalar que lo importante es que las cosas funcionen bien.
Semejante dosis de pragmatismo es bienvenida, si sirve para resolver los inmensos desafíos que enfrenta Colombia y los que surgirán a lo largo del próximo cuatrienio. Y es que los retos van mucho más allá de convertir en realidad los anhelos de una negociación de paz exitosa, sino que tocan aspectos como disminuir las brechas entre el campo y la ciudad, mejorar la distribución del ingreso, ampliar la base productiva o construir un sistema de justicia eficiente, que le cierre las puertas a la corrupción.
Recetas específicas son pocas, pero recordando al chino Deng Xiao Ping, no falta quien diga que lo importante no es el color del gato, sino que cace ratones. Esa es una de las razones detrás de convertirnos en miembro de la Ocde, pues el ingresar a tan distinguido club nos permitirá compararnos con naciones que sean exitosas y aprender estrategias que pueden funcionar localmente. Además, hay elementos de análisis ordenado y cuantitativo, claves en un país en donde abundan más los juicios a priori que los argumentos de fondo.
Hecho ese reconocimiento, es de esperar que el evento de este martes sirva también para reconocer que la autocrítica es fundamental en estos casos. Más allá de las fórmulas ensayadas en su primera administración, Juan Manuel Santos debería tener en claro que uno de sus principales problemas fue la distancia que existió entre promesas y realizaciones. De tal forma, tendrá que encontrar los correctivos para que los índices de ejecución mejoren y las cosas se hagan bien, pues esa es la verdadera vía que quieren ver construida los ciudadanos.
Ricardo Ávila Pinto
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