Que América Latina ha aportado algo más que un granito de arena a las corrientes migratorias globales, es algo que se sabe hace rato. En las más diversas latitudes, personas oriundas de esta región -muchas de ellas en condiciones precarias- trabajan todos los días con el fin de asegurarles un mejor futuro a sus seres queridos.
El impacto de semejante esfuerzo no es menor. El monto de las remesas enviadas asciende a unos 60.000 millones de dólares al año, convirtiéndose en la segunda fuente de ingresos externos de los países de la zona, después de lo que llega por concepto de inversión extranjera directa.
Pero más allá de que esa suma ha experimentado altibajos en años recientes, como consecuencia de la crisis internacional que llevó a un alza en las tasas de desempleo en las economías desarrolladas, hay otros cambios en marcha. Así lo viene de confirmar un trabajo hecho por los técnicos de la Cepal, que tiene como corte el 2010, pero cuenta con la ventaja de usar los datos de censos nacionales, lo que le da un alto grado de confiabilidad.
De acuerdo con la entidad adscrita a las Naciones Unidas, el total de latinoamericanos y caribeños que viven fuera de sus países de origen llegó a 28,5 millones de individuos, 2,5 millones más que el cálculo que tuvo como base los censos realizados al comenzar el siglo. Esa suma equivale a 4 por ciento de la población total, pero varía fuertemente entre un Estado y otro.
El caso más extremo es el de Guyana, en donde el 49 por ciento de los nacidos allí vive en otras naciones. También se destacan Jamaica, con 29; El Salvador, con 23; Trinidad y Tobago, con 22; Nicaragua y Cuba, con 12, y República Dominicana, con 12 por ciento. La otra cara de la moneda es Guadalupe, territorio francés, con apenas 0,1 por ciento.
Pero si se miran las cifras absolutas, las clasificaciones son bien distintas.De tal manera, el guarismo más alto le corresponde a México, con 11,8 millones, seguido por Colombia, con 2 millones de personas. Tales datos, es verdad, contrastan con los que tienen su base en otras fuentes. En lo que atañe a los mexicanos, se habla de 38 millones, aunque ese cálculo incluye a quienes tienen raíces en el país centroamericano y no necesariamente a los nacionales. A su vez, se ha dicho en más de una oportunidad que los colombianos suman más de 4 millones, con colonias importantes en Estados Unidos, Venezuela y España.
El debate sobre el dato preciso puede no tener fin. Por eso, más que entrar en la polémica, la Cepal hace un planteamiento que tiene mucho fondo. Este tiene que ver con que la orientación de los flujos migratorios está variando.
Y es que si antes el sentido de las corrientes iba del sur hacia el norte, ahora es más usual que los movimientos vayan del sur al sur o del norte al sur.
Entre los ejemplos que se citan está el de Chile, que es un polo de atracción o la salida de españoles que vienen desde la península Ibérica a este lado del Atlántico. Al fin de cuentas, mientras el desempleo allá supera el 23 por ciento, en América Latina está cerca del 6 por ciento.
Las nuevas circunstancias también le competen a Colombia. Sin ser la primera opción para los nacionales de otras tierras, la solicitud de permisos de estadía ha subido, sobre todo por cuenta de los venezolanos.
Las cifras todavía no son grandes, pero si nuestra economía logra seguir creciendo es muy posible que llegue más gente. Y cuando eso suceda, será el momento de ver cómo nos comportamos al pasar de ser emisores a receptores de personas.
La duda es válida ante la actitud ambivalente de quienes creen en la globalización en abstracto, pero en la realidad consideran que debe ir en un sentido. Con normas que no son fáciles vencer, difícilmente se puede decir que somos la tierra prometida de los inmigrantes.
Ricardo Ávila Pinto
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