Se ha convertido en un cliché hablar de Colombia como un país que alberga grandes diferencias entre sus territorios. Y aunque suene a lugar común, un reciente informe del Dane no hace más que ratificar esta percepción, al registrar las tasas de pobreza monetaria de 24 departamentos, con excepción de los nuevos entes creados a partir de la Constitución de 1991. El mapa económico que dibujan los datos de la entidad está marcado por profundas brechas regionales, así como por preocupantes dinámicas de atraso.
El reporte en cuestión corresponde al periodo 2011-2012, y complementa la información dada en abril pasado a nivel nacional y de áreas urbanas y rurales. Como es bien sabido, la información mostró la continua baja en los índices de pobreza –hasta el 32,7 por ciento– así como del coeficiente de Gini que mide la desigualdad, en los últimos años. Las razones de la tendencia vista son conocidas y tienen que ver con programas de asistencia gubernamental, pero sobre todo con una mayor dinámica económica y cierta reducción de la informalidad laboral.
No obstante, una mirada más cercana a los ganadores y perdedores en el cambio sucedido, ratifica otra vez que no a todos los colombianos les va igual de bien, sino que el resultado depende, en buena parte, del lugar en donde cada uno vive. Por ejemplo, Bogotá, gracias al hecho de ser la sede del poder político y económico, registra un ingreso por habitante 1,7 veces más grande que el promedio nacional, una incidencia de pobreza del 11,6 por ciento y una leve caída en su desigualdad. En el mismo periodo, Chocó elevó en 4 puntos porcentuales su pobreza hasta el 68 por ciento y se hundió en la tabla de ingresos, que equivalen a menos de la mitad de los del país.
Y ese no es el único caso. De los diez departamentos que están de últimos en la lista, seis pertenecen a la Costa Caribe: Córdoba, La Guajira, Magdalena, Sucre, Cesar y Bolívar. Por su parte, tres más son vecinos del Pacífico: Chocó, Cauca y Nariño.
El país se constituye así en un caso excepcional dentro de la teoría económica, que identifica a las regiones vecinas al mar como las más dinámicas. Al fin de cuentas, la cercanía a los puertos genera oportunidades comerciales y productivas en las más diversas latitudes.
Pero aquí las cosas son diferentes. De hecho, los entes territoriales con menor porcentaje de pobreza, aparte de la capital, son Santander, Cundinamarca, Antioquia y Valle. Tal realidad, sin duda, es resultado de la adopción de un modelo de crecimiento hacia adentro, por cuenta de la distribución espacial de la población.
Adicionalmente, las cifras del Dane son el reflejo de un fenómeno ampliamente documentado: el crecimiento económico de las últimas décadas ha estado marcado por una aguda polarización regional.
Los ritmos de progreso entre los departamentos y las ciudades más pobres y los más ricos no convergen; al contrario, las distancias tienden a aumentar con todas las consecuencias sociales que eso conlleva. Como si eso fuera poco, los sitios que en 1970, 1985 o 2000 concentraban ingresos, empresas y riqueza, son prácticamente los mismos, así como aquellos que son sinónimos de miseria y desesperanza.
A esas dos Colombias –la de los grandes centros urbanos y la de los atrasados departamentos costeros y de la periferia– se le ha sumado una tercera. Se trata de las regiones que en los últimos treinta años han experimentado bonanzas de recursos naturales como el Meta, Casanare o el propio Arauca.
Y es que en principio, los datos de cada uno de esos departamentos son buenos. Pero cuando a la estadística de los ingresos se le agrega otros elementos como la existencia de grupos armados o la prevalencia de la corrupción, el panorama es inquietante. Por tal motivo, es necesario entender que no basta con aumentar el tamaño de la torta de la riqueza, sino repartirla mejor, si se quiere que en vez de tres países distintos, haya uno solo bajo el mismo cielo.
Ricardo Ávila Pinto
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