Tras semanas de espera, el pasado lunes el país recibió la noticia de la elección de Néstor Humberto Martínez como Fiscal General de la Nación. Su amplia trayectoria en el sector público como ministro de Justicia, del Interior, y de la Presidencia, entre otras posiciones, le dan el bagaje suficiente para manejar un cargo que tiene múltiples aristas y en el cual es indispensable tener visión, firmeza y capacidad gerencial, aparte de los requisitos académicos propios del oficio.
En su carrera como abogado, si bien no es un penalista consumado, la nueva cabeza del ente acusador tiene una carrera respetable, debido a que se ha desempeñado como Gerente Jurídico del Banco Interamericano de Desarrollo, Superintendente Bancario y profesor universitario, además de su reconocido éxito en la práctica privada.
Quienes lo conocen de cerca, sostienen que Martínez Neira es una persona ecuánime y mesurada, características necesarias para ejercer un puesto con tantas y tan delicadas responsabilidades. En contraste, hay sectores de la opinión que lo descalifican de entrada, tanto por su cercanía al vicepresidente Germán Vargas Lleras, como por la larga lista de clientes que ha representado. Probar que sus contradictores estaban equivocados será un desafío durante su gestión.
Recuperar la Fiscalía para los colombianos es la tarea central del nuevo jefe del ente acusador. Ni más, ni menos.
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Dicho lo anterior y reconociendo que se trata de un cargo con amplio poder, es necesario preguntarse: ¿cuáles son los retos del nuevo funcionario? Sin duda, su primer desafío está en devolverle la credibilidad a la institución, la cual se ha ido deteriorando ante la opinión pública por la tendencia de sus cabezas visibles a caer en la justicia espectáculo. El veredicto de las encuestas es negativo y el mensaje de fondo, contundente: Colombia necesita más Fiscalía que Fiscal.
No menos importante es comenzar una labor de limpieza profunda, que empieza por erradicar los carteles de falsos testigos y las debilidades en los cotejos probatorios. De máxima importancia es evitar que se presenten abusos en el ejercicio del principio de oportunidad y en utilizar políticamente las medidas judiciales. Dicho de otra manera, el público aspira a contar con una Fiscalía implacable, pero no discrecional.
El tercer reto es administrativo. La entidad requiere una contratación transparente y ser un ejemplo de calidad y selección objetiva, que es algo muy diferente a despilfarrar el dinero en pagar asesores, colocar a gente en el exterior o adelantar proyectos educativos de cuestionable utilidad, para no hablar de un jet privado que le sobra. También es menester racionalizar la nómina, fortalecer capacidades y recursos humanos en las seccionales y ser estrictos en lo presupuestal, para no caer en la ostentación y el uso ineficiente de los fondos.
Se requiere que sean protagonistas los resultados y no los anuncios, y sea más elocuente la gestión que el apetito mediático.
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Por la naturaleza del cargo, el cuarto desafío está asociado con el posconflicto. Al margen de los acuerdos con las Farc, la Fiscalía debe ser un ente comprometido en prevenir y sancionar ejemplarmente cualquier brote de reincidencia, en investigar y actuar sin aspaviento ante los riesgos persistentes en materia de narcotráfico, así como en perseguir recursos mal habidos para ser empleados en la reparación de las víctimas.
En fin, Colombia se merece una nueva Fiscalía, en la cual sean protagonistas los resultados y no los anuncios, donde sea más elocuente la gestión que el apetito mediático y en la que brille la institución gracias a su rigurosa labor técnica e investigativa. El reto, ni más ni menos, consiste en que retorne la confianza en la justicia.
Recuperar la Fiscalía para los colombianos es la tarea central del nuevo jefe del ente acusador y eso demanda trayectoria, gerencia, decisión, firmeza, independencia y liderazgo dentro de la institución. Martínez Neira no puede oír los cantos de sirena que suenan en estos casos.
Y sobre todo, necesita recordar que el poder es para servir al país y no para ser servil ante presiones y pasiones políticas. De su gestión depende que la justicia salga del oscuro callejón en que se encuentra.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto