No es usual que tras una elección, los dos bandos que se enfrentaron se declaren vencedores. Pero eso fue lo que pasó en Estados Unidos, tras los comicios legislativos del martes, cuya celebración había generado una inmensa expectativa. El motivo era la posibilidad de que el partido que apoya a Donald Trump perdiera la mayoría en el Congreso, lo cual habría puesto al actual inquilino de la Casa Blanca en problemas serios.
El resultado podría describirse como unas tablas. Es cierto que la oposición demócrata retomó el control de la Cámara de Representantes, lo cual le da la posibilidad de ‘pasar al tablero’ a la administración, mediante citaciones a funcionarios o investigaciones como la injerencia de Rusia en la campaña del 2016.
No obstante, también es verdad que los republicanos consolidaron la ventaja que tenían en el Senado. Ello hace más fácil la confirmación de aquellas personas que nomine el Ejecutivo para ocupar altos cargos en el Gobierno federal o en la justicia. Al mismo tiempo, evita que cualquier intento de abrirle un proceso de destitución al mandatario prospere o que este se quede sin margen de maniobra en el Capitolio.
La perspectiva de un futuro en el cual Trump vea recortadas sus alas, sin verse expuesto a defenderse como sea para mantenerse en el puesto, cayó bien en los mercados. La percepción dominante es que el sistema de pesos y contrapesos estadounidense funcionó de la forma correcta, con lo cual no solo disminuye la incertidumbre política, sino la probabilidad de bandazos institucionales.
Debido a ello, las acciones en Wall Street ganaron más del 2 por ciento durante la víspera, mientras que en otras latitudes los índices bursátiles también avanzaron. El menor nerviosismo se sintió incluso en Colombia, en donde el dólar perdió terreno frente al peso a pesar de que las cotizaciones del petróleo no levantan cabeza.
No obstante, el parte de calma no quiere decir que los dos años que faltan antes de las elecciones presidenciales del 2020 vayan a ser tranquilos. El planteamiento de la Casa Blanca de trabajar con los demócratas se vio como el ofrecimiento de una rama de olivo, pero junto al tono conciliador vino la amenaza de luchar contra el fuego, con más fuego. “Ellos pueden jugar ese juego, pero nosotros lo podemos jugar mejor”, dijo Trump.
Por otra parte, los observadores señalan que la polarización sigue presente en Estados Unidos. Más allá de unos escaños aquí o unas gobernaciones allá, hay un abismo entre el comportamiento de los electores. Así, el rojo de los republicanos predomina en el centro del país, mientras que el azul del Partido Demócrata se nota sobre todo en el noreste y la costa Pacífica. Quienes respaldan a los primeros tienden a vivir en las zonas rurales y las poblaciones de menor tamaño, al tiempo que el apoyo de los segundos es más evidente en las grandes ciudades.
Semejante disparidad lleva a pensar que la campaña que viene será intensa y poco conciliadora. Mal que bien, el discurso de “América primero” ha calado en un importante sector del electorado, el mismo que ve con desconfianza la globalización, el libre comercio y la inmigración. A pesar de que la economía va a buena velocidad, el desempleo está en su punto más bajo desde 1969 y los salarios reales aumentan, la insatisfacción parece ser la nota predominante en millones de ciudadanos.
Por tal razón, y si bien los demócratas confirmaron su mayoría en el voto popular, sería equivocado dar por hecho que en enero del 2021 el cambio de mando en Washington está asegurado. El motivo es que Trump no va a cambiar y hará todo lo que esté a su alcance para derrotar a quien se le oponga, sin importar cómo lo haga. Si eso le acaba haciendo daño a la economía, es algo que se verá en su momento.
Ricardo Ávila Pinto
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