Con los actos de cierre de campaña que protagonizaron ayer Hugo Chávez en Caracas y Henrique Capriles en el estado Lara, empezó el conteo final con miras a las elecciones del próximo domingo en Venezuela. Ese día, 19 millones de ciudadanos del país vecino tienen una cita con las urnas, cuyo eventual resultado es hoy motivo de múltiples especulaciones.
La razón es que es la primera vez que el jefe de la revolución bolivariana tiene ante sí un contendor que cuenta con posibilidades reales de ganarle.
Aprovechando el desgaste del Gobierno tras 13 años de gestión, la mediocre situación económica y el deterioro de la seguridad, el joven exgobernador de 40 años de edad ha subido notoriamente en las encuestas y, de hecho, aparece adelante en unas cuantas.
Sin embargo, la mayoría de los observadores considera que Chávez mantiene la ventaja.
No solo el excoronel de 58 años es un experto en enviar mensajes efectistas y cuenta con una masa importante de seguidores, sino que ha puesto el aparato estatal a su servicio de manera descarada.
Diferentes reportes muestran que el gasto público se ha disparado en los últimos meses, junto con las promesas de más casas y sueldos más altos.
Aparte de lo anterior, Capriles ha encontrado diversos obstáculos para realizar su labor proselitista. Un ejemplo claro es el acceso a la televisión nacional, pues mientras el Presidente encadena a los diferentes canales durante horas, su contrincante solo tiene derecho a tres minutos diarios.
Como si eso no fuera suficiente, el discurso oficial ha hecho uso de las más variadas armas intimidatorias, comenzando con la amenaza de una guerra civil si el actual inquilino del Palacio de Miraflores es derrotado.
Y a la hora de las garantías, hay que señalar que no habrá observadores electorales de la OEA, el Centro Carter o la Unión Europea, sino tan solo una misión de la Unasur.
Por tales motivos, el desafío planteado por Capriles es aún más admirable. Lejos de caer en las provocaciones, su mensaje ha sido de unidad, aparte de sostener que continuará con programas sociales que tienen arraigo popular.
Y como si fuera poco, insiste en que no tendrá problema en reconocer su derrota, si esta sucede.
A todas estas, Colombia mira con expectativa un proceso que le interesa por muchos motivos. Para comenzar, con Venezuela nos unen lazos históricos y vínculos económicos y comerciales de vieja data.
Con relación a estos últimos, el país aspira a recuperar el terreno perdido, después de que en el 2008 las exportaciones llegaran a 6.100 millones de dólares.
Al respecto, hay que registrar que en lo que va de este año ha ocurrido un repunte importante. Según el Dane, las ventas al otro lado de la frontera ascendieron a 1.500 millones de dólares entre enero y julio, 65 por ciento más que en igual periodo del 2011.
Parte de esa explicación recae en los mayores despachos de gas natural, pero sin duda un factor clave es el mejoramiento del clima entre Bogotá y Caracas. En efecto, el pasado 6 de septiembre entró en vigencia el Acuerdo de Alcance Parcial que creó un nuevo marco para que el intercambio suba más.
Por otra parte, hay un tema intangible, pero fundamental. Este es el papel que puede jugar el Gobierno venezolano en los diálogos entre la administración Santos y las Farc, programados para arrancar el próximo 17 de octubre.
Es un secreto a voces que los comandantes guerrilleros han encontrado refugio y apoyo en la nación vecina, y que Chávez también jugó un rol a la hora de convencerlos de la importancia de negociar.
Por lo tanto, la continuidad o el cambio en la presidencia venezolana plantean escenarios diversos que vuelven a demostrar que lo que ocurre allá importa acá.
En tal sentido, el desafío de la Casa de Nariño es evitar que cualquiera sea el desenlace en las elecciones, este afecte un proceso que apenas arranca, mientras se asegura de que las buenas relaciones con el gobierno vecino seguirán, sin importar quién esté al frente del mismo.
Ricardo Ávila Pinto