Tuve el privilegio de conversar ocasionalmente con el presidente Alfonso López Michelsen sobre la manera como los colombianos enfocábamos nuestros grandes desafíos. Cierta vez le dije que mi afición por el enfoque sistémico me inclinaba a “mirar el mundo por los ojos de los demás”.
Era, según uno de los filósofos iniciadores de este movimiento, el punto de partida. Le añadí que él mostraba en sus ensayos que también era muy enriquecedor “mirar el mundo por donde no lo estaban mirando los demás”.
El presidente observó: “Eso viene de mi papá.
En sus gobiernos, cuando brotaba alguna situación grave, reunía a sus ministros y los animaba a discutirla, sin expresar su punto de vista. Cuando parecía que ya estaban de acuerdo, mi papá solía exclamar: ‘por ahí no es la cosa….’, y señalaba un camino sorprendentemente más eficaz”.
Aprovecharé la oportunidad que me brinda Portafolio en sus columnas para examinar asuntos sobre los cuales los formadores de opinión parecen estar de acuerdo o, al menos, no manifiestan lo contrario.
Empezaré por la tendencia de volver ‘problemas’ a las más valiosas dotaciones con que cuenta el país y que serían el orgullo de otras naciones. Hoy me limitaré a una crucial: la juventud.
En Colombia teníamos hacia el 2010 más de 11 millones de jóvenes entre los 17 y 31 años.
El Ministerio de Educación usa el grupo de 17 a 21 años como aquel que debería estar matriculado en programas de educación superior y el grupo de 22 a 31 corresponde a las dos cohortes más recientes que deberían haber pasado ya por esas carreras.
Me referiré al Departamento del Tolima porque es el que conozco un poco mejor y por estar algo así como ‘en la mitad de la tabla’ de las divisiones territoriales del país.
En el Tolima teníamos 330.000 jóvenes en ese grupo de edades.
Si somos laxos y aceptamos que los que terminan educación superior en todo tipo de modalidades (por ejemplo, educación a distancia sin apoyos virtuales, buenos textos y tutores entrenados), 60.000 de esos jóvenes tendrían las competencias para ser buenos ciudadanos y poder escoger un sendero de vida enriquecedor, según sus preferencias.
Ello no es así: cálculos basados en cifras más cercanas a la realidad indican que solo unos 25.000 de esos jóvenes (menos del 8%) están preparados para desempeñarse con algo de libertad en el siglo XXI.
Más de 300.000 tolimenses, por un proceso de exclusión, han sido privados del conocimiento requerido hoy. Casi tres veces el número de estudiantes, sumados, de las universidades Nacional, Antioquia y Valle (104.000 en 2010, MEN, SNIES, marzo de 2012).
Miremos las salidas a través de tres escenarios. Invito a los interesados a ayudarme con otras ideas.
De arriba a abajo. El Gobierno Nacional contrata con universidades de calidad 100.000 cupos para estudiantes tolimenses.
Las tres nombradas reciben anualmente un aporte del presupuesto nacional de más de $1 billón. Consecuencias contraproducentes: elevada deserción e incremento de la migración hacia las grandes ciudades.
Dejar las cosas quietas. ¿Hasta cuándo resistirá el país un ejército de 11 millones de jóvenes indignados?
De abajo a arriba.
Existe un modelo probado en Purificación, el Innovar. Con el apoyo del Sena y las universidades tolimenses podría multiplicarse para atender en 10 años los 300.000 jóvenes excluidos.
El aporte fiscal requerido sería de $1.000 millones para inversión, por sede, y de $1 millón para funcionamiento anual, por estudiante.
Guillermo Plazas Alcid, como presidente del Congreso en 1978, indicó que el tema importante de la reforma universitaria era el de “… devolverle la universidad al país”. Sugiero que empecemos.
Eduardo Aldana Valdés
Profesor universitario - Presidente de la Asociación para el Desarrollo del Tolima
ealdana@uniandes.edu.co