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Ernesto Borda Medina
Coyuntura

La Guajira, uno de los desafíos del posconflicto

Este departamento debe ser reconocido y apreciado por sus fortalezas y no solo por sus debilidades. 

Ernesto Borda Medina
POR:
Ernesto Borda Medina

La Guajira constituye uno de los territorios de Colombia con mayor importancia geopolítica. Su soberanía es crucial para la unidad nacional y la integridad territorial. Desde esta península el país tiene la posibilidad de influir política, económica, social y culturalmente en Venezuela y el Gran Caribe.

No obstante, el centro del país y la región han mantenido una relación de mutuo abandono. Las voluntades concurrentes solo existen en momentos de crisis o, para precisar, mientras los medios de comunicación cubren las crisis.

Durante la transición al posconflicto, el país tiene en La Guajira importantes desafíos: en el ámbito político, el mayor de estos es resolver el conflicto de las instituciones nacionales y las leyes republicanas con las diversas autoridades, usos y costumbres regionales, que se derivan de su carácter multiétnico y pluricultural.

Un recorrido por la historia de la península permite establecer que los guajiros se han mantenido en resistencia contra los poderes exógenos, al punto de preciarse de no haber sido conquistados. Por ejemplo, el wayú es el único pueblo ancestral que ha crecido en Colombia durante las últimas décadas, lo que demuestra que esa posición no es retórica.

Para resolver este asunto, la controversia entre lo legal y lo legítimo, se requiere la construcción paciente y perseverante de un auténtico acuerdo intercultural, sustentado en fórmulas de tratamiento diferencial y por lo tanto en la construcción de instituciones y legislaciones de carácter especial, acordes con la cosmovisión, valores y tradiciones de su población.

La aplicación a tabla rasa de políticas del orden nacional en el territorio ha contribuido casi en forma crónica a la incomprensión del territorio y, bajo el manto de este desencuentro permanente, a la corrosión de la frágil unidad departamental y al ejercicio de actividades criminales.

Durante el pasado reciente La Guajira ha vivido de las bonanzas. Primero la cafetera, más severamente la ‘marimbera’ y más cercanamente la carbonífera.

Esta irrigación de recursos abundantes impactó sobre la cultura, creó la visión del dinero rápido, agudizó el individualismo y en algunos cuantos esti muló la búsqueda de nuevas fuentes ilegales de recursos inmediatos, como el contrabando de combustible o la corrupción.

Aún en sus nuevas generaciones hay vestigios del ‘coronar’ como fórmula de éxito. En el contexto de una nueva realidad, en la que no hay bonanzas a la vista ni con ellas espejismos, en La Guajira es necesario retornar a las vocaciones económicas históricas e impulsar el desarrollo de un alto potencial productivo que ha sido desatendido por el afán y la ansiedad: el comercio en el mar, con las Antillas y el Gran Caribe, que conforma un mercado de alto consumo para productos colombianos.

El desarrollo del turismo, en una región que, por su patrimonio étnico, cultural, de naturaleza y de aventura, constituye un destino de ventajas competitivas excepcionales.
La generación de energías alternativas, en un territorio en el que es fácil la convergencia de la tecnología de punta con los vientos y la luminosidad. El retorno a la actividad agrícola y pecuaria, que marcó el talante de sus pobladores.

La Guajira no cuenta con los recursos públicos ni el capital privado suficiente para construir y dinamizar esa economía. Se requiere convocar y estimular la inversión hacia el departamento. En esta materia hay barreras que se tienen que superar, asociadas casi todas ellas al prurito guajiro de defenderse ante influjos externos y buscar una optimización de beneficios que, en muchos de los casos, hace inviables los negocios. El departamento tiene muchas necesidades -entre estas las humanitarias-, pero además cientos de oportunidades. La manera de resolver estructuralmente las primeras es avanzando sobre las segundas.

Para atraer los capitales, además de una disposición, se necesita crear un escenario de encuentro público privado que establezca claras y transparentes reglas de juego, defina roles, fije prioridades, facilite el entendimiento intercultural y haga conscientes los supuestos de la competitividad en la región. Esa institucionalidad tendría que contribuir a que la planeación y las decisiones de inversión pública, tales como las de infraestructura vial y de servicios públicos, se adopten con criterios objetivos y basadas en el interés general y no en las expectativas individuales con que suelen definirse en el departamento.

En tiempos de cambio, el primero que se necesita, hacia y entre los guajiros, es uno mental. Salvaguardar la cultura y desterrar los malos hábitos en el departamento obliga a poner en el centro de las preocupaciones y como punto de convergencia de sus actores el tema de la educación. Amén de la cobertura, se necesita dar un salto largo en la calidad y en la pertinencia de la oferta educativa. En estas materias hay varios frentes por atender en el corto plazo.

La coherencia de los contenidos de la educación con el multilingüismo, la oralidad y el diálogo intercultural. La convergencia de los programas de formación técnica y profesional con los requerimientos del aparato productivo, no de hoy, sino del mañana, lo que obliga a la concurrencia de los sectores público, educativo y empresarial.
La Guajira debe ser reconocida y apreciada por sus fortalezas y no tan solo por sus debilidades. Las palabras claves para aprovechar el infinito potencial de la región son organización y articulación.

Los guajiros tienen la tarea de integrarse hacia adentro, y a partir de su unidad de propósitos, avanzar hacia una integración nacional que, salvaguardando su autonomía, les resulta inevitable.

Ernesto Borda Medina,
director Ejecutivo de Trust

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