El profesor Chris Higson, de la prestigiosa London Business School, cuestiona el culto actual al Ebitda y cómo su popularidad es corrosiva. Usted puede escuchar con frecuencia a ejecutivos, analistas, inversionistas, periodistas e incluso gente del común, cuando hablan que tal o cual empresa tiene un excelente Ebitda, o que su margen Ebitda es extraordinario. Y si usted quiere descrestar y dárselas de interesante, basta con que mencione la impronunciable palabra en cualquier cóctel de los que pululan en Bogotá.
El Ebitda, traducción del inglés de utilidades antes de intereses, impuestos, depreciación y amortización, es en la actualidad ampliamente aceptado como medida de la performance por las compañías e inversionistas. Incluso se hacen rankings de las empresas más rentables con la utilización del mencionado indicador.
Sin embargo, se trata de un índice que debe ser manejado con mucho cuidado, puesto que no es una medida de utilidades, rentabilidad o del flujo de caja, e incluso, puede hacer parecer negocios no rentables rentables, y ya conocemos en Colombia empresas con altos, o altísimos niveles de Ebitda, pero con poca o nula rentabilidad.
El Ebitda ignora completamente el balance y el costo de los activos que la compañía necesita para manejar el negocio. Warren Buffett, jocosamente, afirma que los administradores de las empresas piensan que el ratoncito Pérez (The Tooth Fairy) les va a pagar por sus inversiones de capital.
El profesor Higson señala que los analistas han experimentado una pérdida de foco de una medida rigurosa de los beneficios, y del rendimiento sobre el capital y el impacto global en las valoraciones de empresas.
El Ebitda no tiene en cuenta la reinversión de flujos de caja en activos fijos y operacionales para mantener o maximizar el valor de la firma en el largo plazo, por lo que sobrestima los recursos disponibles para los accionistas, en especial si las necesidades de inversión exceden la depreciación en el caso de empresas en crecimiento.
Desde el punto de vista del inversionista, no considera varias estructuras de capital, o de los fondos provistos por los acreedores para financiar parte de las inversiones, por lo que usar el Ebitda para representar solo los beneficios de los capitalistas es un error, y está en contraposición al concepto integral de accionistas y acreedores.
Los impuestos deben ser tomados en cuenta fuera del flujo de caja, porque estos valores no están disponibles para los accionistas, y el indicador no lo considera, puesto que se trata de un indicador antes de impuestos, y los flujos de caja disponibles para los inversionistas deben ser después de impuestos.
Asimismo, el Ebitda no puede ser un flujo perpetuo, pues si fuera distribuido el flujo disminuiría inexorablemente a cero, teniendo en cuenta la inexistencia de inversiones de capital. Un mejor indicador es el que integra los flujos de caja de sus operaciones con las actividades de inversión y financiación. Pero, sin duda, el Ebitda es una pobre medida del flujo de caja disponible para los inversionistas de una compañía. Por lo tanto, sea cauteloso al tener en cuenta análisis simples que consideran al Ebitda como su único e irremplazable índice de rentabilidad.
Francisco Barnier G.
Asesor financiero, banca privada y de inversión