Termina el mes de marzo y, con él, las obligaciones mensuales típicas de las empresas y los hogares: los pagos de nómina, cuotas, créditos, las facturas de servicios públicos, arriendos, cotizaciones a seguridad social, administraciones de los edificios y los préstamos hipotecarios y de automóvil, entre otros.
También es el primer fin de mes en medio del aislamiento obligatorio preventivo para los 50 millones de colombianos. Si bien en algunas partes del territorio nacional como Bogotá las restricciones de movilidad empezaron unos días antes, lo cierto es que al menos la tercera parte del periodo se vivió con la cuarentena en su máxima expresión.
No es menor la angustia que deben estar sintiendo las empresas no solo de gran tamaño, sino especialmente las medianas, pequeñas y micro, ante la imposibilidad de la mayoría de ellas de generar los ingresos suficientes.
Si bien últimamente ha crecido el rechazo de la opinión pública a las empresas y la iniciativa privada, el tejido empresarial colombiano está formado por el 96 por ciento de emprendimientos pequeños.
Tampoco es menor la zozobra de trabajadores independientes y por cuenta propia, así como quienes desempeñan oficios de ventas y similares, que han visto sus ingresos caer a cero ante las draconianas medidas de distanciamiento social.
Al no pertenecer a los programas de subsidios gubernamentales como Familias en Acción, estos colombianos no clasifican para la primera oleada de ayudas económicas de la emergencia. No obstante, su vulnerabilidad en cuanto a generación de ingresos es similar a aquellos que integran las redes de transferencias monetarias.
La otra cara de la cuarentena es el impacto económico a compañías y hogares. Aunque el Gobierno ya ha anunciado medidas de alivio como líneas de crédito para las microempresas , aún son insuficientes para la angustia de este fin de mes y la zozobra del siguiente.
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