Desde los ya lejanos días de los años 1950- 1960, cuando aparecieron los textos de los trabajos realizados por los economistas de la época sobre medición del capital nacional o, en otros términos, elaborar una contabilidad para los países, fueron ganando terreno expresiones de fórmulas como Producto Interno Bruto (PIB), o de modelos que, según los especialistas, servirían para tener una información más cabal de la evolución de las economías y, de esta manera, lograr que las predicciones de los especialistas fueran más cercanas a la realidad, volviéndose, de esta forma, muy familiares.
Dicho de otra manera, se buscaba que las predicciones no fueran un simple ejercicio de apostarle a la casualidad, es decir, en el momento que se dijera que el PIB iba a crecer el 4, 5 o 6 por ciento, este dato fuera el resultado de una evaluación más rigurosa y no algo así como una adivinanza.
Sin temor a equivocación, me atrevo a aseverar que si se les preguntara a los colombianos ¿qué es producto interno bruto?, la inmensa mayoría no sabe, o no responde. Esto a pesar del uso frecuente que se le da en todo y para todo, la ignorancia sobre este particular es total.
Así las cosas, muchos no acabamos de entender –por qué motivo o en razón de qué acto milagroso–, cuando los altos funcionarios del Estado, con aparente seguridad, dicen que el PIB del 2012 aumentó cerca del 4 por ciento. El debate culmina ahí, pues la cifra actúa como un anestésico o verdadero analgésico. Los opositores del régimen lo único que atinan a decir es que el dato está inflado porque las estadísticas del Dane no son ciertas. Hace apenas unos pocos días, cuando se calentaba el ambiente por cuenta de la caída de la producción industrial y se anotaba el decaimiento de la economía en general, con la presentación del competente Ministro de Hacienda, se apaciguaron los ánimos y el debate se detuvo en seco; que fue inferior al de otros países de América Latina o al del año inmediatamente anterior, fue el epílogo del enfrentamiento. No fue tan malo como esperaban algunos, pero tampoco tan bueno. En todo caso, el efecto adormecedor se produjo entre los opinadores.
Cuando atrás anoté que lo que pretendía el sistema de Cuentas Nacionales era quitarle a las predicciones de los economistas la dosis de adivinanza que se les atribuía, no estaba pensando, de ninguna manera, que los datos recientes fueran producto de ese ejercicio de adivinanza en el DNP o el Dane. Informado estoy acerca del cuidado y el esmero que ponen los técnicos de estas instituciones, incluido el Banco de la República. En todo caso, a los datos en cuestión hay que abonarles la ventaja de su existencia, así no sean exactos como pueden pensar algunos. Las Cuentas Nacionales se pueden asimilar al termómetro que utiliza el médico. El instrumento no le dice al galeno cuál es el mal que padece el paciente, simplemente le indica que al haber temperatura algo está mal. Por ejemplo, si las cifras de evolución del producto industrial son negativas, algo inadecuado debe estar ocurriendo internamente en el sector.
En estas circunstancias, es necesario insistir sobre una realidad incontrastable: la economía no es una ciencia exacta, por eso, buscar confirmar su exactitud matemática, es tarea inútil, lo cual no implica abandonar la investigación para confrontar cifras.
Gabriel Rosas Vega
Exministro de Agricultura