Los despachos de las agencias internacionales dan cuenta de dos acontecimientos acaecidos no lejos de nuestras fronteras, que deben servirnos para reafirmar nuestras convicciones en relación con la disciplina que debe mantenerse en materia de política económica.
El enfrentamiento de la Presidenta de Argentina con el Banco Central y la devaluación de la moneda venezolana, son los dos aspectos que quiero destacar y poner como ejemplos de lo que no se debe hacer.
Como si se tratara del manejo de la mesada mensual para los gastos del hogar, la distinguida ama de casa, Presidenta de Argentina, señora Fernández, ha pretendido darle el mismo tratamiento a las reservas internacionales de su país, argumentando para ello que necesita hacer unos pagos de deuda externa y nada mejor que acudir a unos recursos que supuestamente están disponibles en las arcas del Banco Central.
Ignorando que las reservas internacionales no son recurso público, ni se pueden utilizar para pagar obligaciones imputables al presupuesto, armó una alharaca de marca mayor, destituyendo al Gerente del Banco.
Para fortuna de los "ches", una juez sensata falló en contra de la medida de destitución, pero al parecer quedó un asunto pendiente que puede dar al traste con el manejo de las reservas.
Dejar que el Congreso sea quien defina su uso, es un problema mayúsculo, puesto que la politización de las decisiones torna mucho más vulnerable la política cambiaria del país.
En trance de satisfacer las presiones de sus electores, los congresistas fácilmente dan su brazo a torcer, al punto de convertir en rey de burlas un frente tremendamente sensible para la estabilidad de la economía.
Pero hay algo más; el mensaje para los mercados de capitales del mundo no es bueno, así que el resto de los habitantes del barrio -léase países latinoamericanos- pueden sufrir las consecuencias de una crisis financiera nacida al amparo de un garrafal error como el analizado.
Por los lados del bolivariano país del señor Chávez, las cosas no pintan bien. Acosado por las crecientes dificultades, surgidas por el pésimo manejo de la política económica y los excesos de generosidad en búsqueda de apoyo para la creación de un socialismo modelo siglo XXl, el Gobierno del Comandante tomó la decisión de devaluar la moneda venezolana, fijando para el efecto dos tipos de cambio -diferencias de áreas cambiarias, lo denomina el FMI-, uno de 2,60 bolívares fuertes por dólar para importaciones esenciales y otro de 4,30 unidades para las demás.
La medida representa un giro difícil para el mandatario y para el 'bolívar fuerte' que rebautizó hace dos años con el fin de hacer visible la 'nueva fortaleza' monetaria de su país. Empero, no tuvo otro remedio, porque necesita reducir el abultado déficit fiscal generado por él mismo, pero sin fijarse en el comportamiento de los precios.
Además, según sus propias palabras, desea darle un respiro a la economía cuyo abastecimiento está supeditado a las importaciones.
O dicho de otra manera, lo que busca es diversificar el aparato productivo para que el país no dependa del petróleo exclusivamente. Liberarse de la maldición de esa dependencia de los recursos naturales y convencido de que cabe la posibilidad de controlar los precios de los bienes poniéndole un policía a la pata de cada consumidor, es su intención. Vamos a ver si lo logra, pues con la estrategia prevista es muy difícil.
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