Aunque pasaron varios años después de la crisis de 1971, que marcó el punto culminante de un accidentado proceso de deterioro del sistema monetario mundial y fue el motivo para hablar de reformas, ahora más que nunca se torna indispensable proceder a hacerlas para cambiar el escenario. Que no vaya a ocurrir ahora, como aconteció entonces, que después de muchas promesas y discursos no se hizo nada.
Los movimientos de capital a corto plazo con fines especulativos, provocaron el cierre de los mercados oficiales de divisas en varios países europeos; poco después, Alemania y los Países Bajos permitieron la fluctuación de sus monedas y Suiza y Austria las revaluaron, mientras la balanza de pagos de E.U. mostraba un empeoramiento cada vez mayor y registraba un déficit sin antecedentes en el siglo XX. Estos hechos marcaron el comienzo de una crisis a la cual se le aplicaron paliativos, pero jamás fue solucionada en forma total.
Repasando la historia, los paliativos fueron: la suspensión temporal de la convertibilidad del dólar; el recargo, también temporal, de un 10% a las importaciones de los E.U.; la reducción de un 20% de la ayuda externa y la suspensión de la participación de E.U. en las discusiones encaminadas a lograr un acuerdo para la desvinculación de la ayuda multilateral.
Se tomaron, además, algunas medidas en el ámbito interno del país del norte, tales como la congelación de precios y salarios durante 90 días y se redujeron los ingresos fiscales. De esta manera el causante del desastre "sacaba las castañas con mano ajena", como dicen en Chile, trasladándole los problemas a los demás países, pues las medidas tenían profundas repercusiones en las relaciones económicas y políticas. La no convertibilidad, por ejemplo, implicó la congelación de saldos apreciables en dólares en poder de países europeos y Japón, a tiempo que éstos se veían forzados a reducir sus exportaciones al país del Tío Sam, por cuenta del gravamen adicional. Para los países en desarrollo, la reducción de la llamada ayuda externa conllevaba un elemento de incertidumbre sobre el cumplimiento de planes y proyectos basados en la cooperación internacional. En aquel entonces, como ahora, el epicentro de la hecatombe estaba perfectamente localizado, pero como ha sido costumbre, la tronera se cierra con el ahorro del resto del mundo.
Y aquí viene la primera lección, que ojalá se asimile para lo que viene: la debilidad de la institucionalidad internacional encargada de preservar el equilibrio monetario, no tuvo la fuerza y la autoridad necesarias para influir sobre los países deficitarios y lograr que equilibraran sus balanzas, generando superávit con sus propios recursos reales. Es preciso, entonces, darle toda la fortaleza posible a las instituciones para que actúen en la regulación.
La segunda y quizá más importante que la anterior, es la relacionada con el funcionamiento del actual mecanismo monetario. Los acontecimientos financieros registrados a lo largo de la historia, han demostrado a cabalidad los serios peligros que origina el uso de un patrón cambiario cuya fuente principal de liquidez brota de los déficit de los países de moneda de reserva (léase E.U.). Esos peligros se agravan cuando el funcionamiento normal del sistema no está protegido por procedimientos de ajuste utilizados en forma oportuna y de manera correcta.
Dentro de las actuales circunstancias, la ineficacia de tales mecanismos de ajuste se ha tornado mayor debido a que los países industrializados han puesto en práctica diversas formas de arreglo monetario que escapan a la supervisión del Fondo. Si bien el objetivo central de Bretton Woods se conserva incólume -propugnar por el establecimiento de un sistema multilateral de comercio y de pagos-, el papel del FMI debe ser modificado.
Reformas al sistema financiero
Si bien el objetivo central de Bretton Woods se conserva incólume, el papel del FMI debe ser modific
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Gabriel Rosas Vega
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