Las señales de Tesla son preocupantes. Su coeficiente de variación de es el tercero más alto en Wall Street –superado por la corrupta farmacéutica Valeant–, absorbiendo incertidumbre por la innovadora compensación de su CEO, Elon Musk. Coincidencia, existe una canción denominada Señales (Signs), interpretada en formato acústico –i.e. sin instrumentos eléctricos–, por una banda de heavy metal llamada ‘Tesla’. Esto ocurrió a principios de los noventa, mientras emergían las ruidosas conexiones a internet –ahora sustituidas por la transmisión óptica o satelital–, y los autos fantásticos eran ciencia ficción.
Musk, también CEO de Solar City y SpaceX, es un ‘ser tecnológico’. Destaco entre comillas ese oxímoron, pues, aunque la tecnología es su lenguaje natural y sus proyectos son desafiantes, conserva no pocas aprehensiones respecto a las amenazas que impone al ser humano la Cuarta Revolución Industrial: artificios de la inteligencia artificial. Nada convencional, ahora vinculó su compensación a un ambicioso programa de innovaciones que ha emprendido, con metas de largo plazo que generaron escepticismo entre la ortodoxa comunidad de Wall Street. Otro pulso entre las osadas apuestas de Sillicon Valley y los pecados del valle de lágrimas en la Gran Manzana.
El hecho es que diseñó un agresivo juego de todo o nada. Para algunos es justo porque, con cinismo ante la crisis económica, los ejecutivos se acostumbraron a exigir garantías salariales (paracaídas) y bonificaciones por desempeño, maquillando los reportes bursátiles o erosionando sus metas. Para otros resulta absurdo, porque la pirinola de las acciones siempre ofrece opciones a los agentes que pretenden atraer inversores, sabiendo que ‘ningún almuerzo es gratis’. Como sea, el impedimento de transar sus acciones es una señal en la dirección correcta, y ojalá induzca cambios regulatorios para corregir el comportamiento de sus homólogos. Por cierto, al menos en el corto plazo, ese enfoque restauraría el sentido de equidad entre sus rentas laborales y las de sus colaboradores, entendiendo que las curvas salariales son exponenciales y susceptibles de escaladas entre compañías.
Haciendo honor a la vanidad de los ejecutivos corporativos, y la audacia de los emprendedores de base tecnológica, su Plan Maestro, titulado ‘Part Deux’, persigue un crecimiento colosal para que su emporio supere a las acciones más consentidas del planeta, transadas mediante el acrónimo Gafa. Ojalá no olvide que sus objetivos lo realizan seres humanos, no máquinas, y evite que la ‘producción infernal’, como él mismo la calificó (manufacturing hell), termine validando las investigaciones que existen sobre las condiciones laborales, lesiones y enfermedades de sus trabajadores, en adición a los accidentes mortales registrados con el uso de sus vehículos eléctricos y autónomos.
No sea que por ‘am-visión’ ignore las señales y se pierda en el vacío, como le sucedió a su Tesla Roadster, tripulado por el mediático ‘Starman’, porque los excesos de propulsión del cohete falcon heavy lo desviaron de la trayectoria adecuada y el destino deseado.