La denominada Comisión Permanente de Concertación de Políticas Salariales y Laborales solo se reúne en diciembre, y se limita a escenificar un ‘mini’ legal, pero inmoral, pues ‘ni’ concilia ‘ni’ es vital, e ignora la creciente población ‘nini’, que ni salario ni pensión percibe.
Evade ejemplos de países que se reconstruyeron tras posconflictos, discriminando la inequidad salarial (tercera mayor para el Banco Mundial), y excluyendo al subempleo, mientras solo 18 por ciento de los ocupados tiene contrato, y 55 por ciento del total recibe ingresos menores al mínimo. La paradoja es que aquí sobra trabajo.
Por ejemplo, la población alemana duplica la colombiana y roza el pleno empleo, pero nuestra carga laboral es superior en 17 semanas de 48 horas. Esta comparación sería más estridente si se expresara en el formato teutón (35 horas), reducido para contrarrestar los efectos de la gran recesión, y resulta categórica si se deriva de la productividad, pues necesitamos repetir varios años-hombre para nivelarnos. Sin embargo nuestros comisionados insisten en destruir valor, controvirtiendo dogmas irracionales e incentivos regresivos, respecto al empleo, el bienestar y la productividad, como los parafiscales (encarecen al empleado), los recargos (alteran aún más la jornada), y la ‘consecuente’ reducción de costos laborales, mediante despidos o tercerización, que ni tiempo ni recursos liberan para capacitación.
Por otra parte, intentan mejorar algo que no miden bien, y la productividad laboral es un indicador cuya evolución es pobre. Para ilustrar algunas inconsistencias, Corea es un milagro cuyo desempeño en esa variable supera a Alemania, y ostenta la mayor densidad mundial de robots fabriles, pero adolece el tercer peor registro de horas-hombre de la Ocde (apenas 5 por ciento menos que Colombia).
Con perspectiva sistémica, el índice Ocde Better Life pondera factores como ‘Balance’ o ‘Satisfacción’. Allí sobresalen los países de origen germánico, cuya inequidad es la mitad de la nuestra, y su semana laboral se contrajo –diseminando incluso el medio tiempo–, como un cambio de tendencia para neutralizar los costos del desempleo y el desgaste ocupacional. Tales culturas ya no persiguen a tiempo completo la edad de retiro, cada vez más distante por la prolongación de la esperanza de vida y el prematuro inicio de la competencia por obtener un trabajo. Esa visión alternativa mitiga estragos de la modernidad, que rompió las reglas (y garantías) de la clásica maratón laboral, porque ni el esfuerzo ni el sacrificio son suficientes para mantener un trabajo, y ni un trabajo ni una profesión duran toda la vida laboral.
Si lo laboral no innova, el empleo será un bien carente y tóxico, y el empleado un activo desechable. Entonces, como el sostenimiento es principio y propósito de sostenibilidad social, los jóvenes demandan remover restricciones de oferta, simplificando la jornada y regulando un salario máximo (ojalá universal), porque el posmaterialismo poscrisis (World Values Survey, 2016) no significa renunciar ni a trabajar ni a descansar, ni a compensaciones ni pensiones dignas.