Algunos se preguntan por el papel que cumplirán países como China, Rusia e India en Latinoamérica e, incluso, tratan de convertirlos en el sustituto a las relaciones políticas, económicas, comerciales y de inversión con EE. UU., Europa u otros países de América Latina.
China e India son importadores relevantes de commodities, especialmente petróleo de Latinoamérica y algo de productos agropecuarios. En contraposición, exportan importantes montos de productos industriales, en particular China, en muchos casos a precios absurdamente bajos, convirtiéndose en el ‘karma’ de los productores nacionales de bienes de consumo inicial (textiles y confecciones) y de los productos importados de países desarrollados en bienes de consumo durable de capital, y son, en los dos casos, el terror de las multinacionales farmacéuticas a partir de genéricos, aunque su efecto se minimiza para ellos por las absurdas normas de propiedad intelectual incluidas en los Tratados de Protección de Inversiones Bilaterales y en la OMC.
Rusia, al contrario, es el mayor productor de commoditiesen el mundo (petróleo), demanda poco, casi nada en artículos manufacturados de los países latinoamericanos y algo en productos del agro, nuevamente con énfasis en bienes del trópico.
Con la caída en los términos de intercambio con China e India (relación entre precios de exportación e importación), las balanzas comerciales no solo se deterioran en su evolución, sino que se convierten en deficitarias. Crece la tentación de aplicar derechos antidumping a los productos chinos, que poco significan, en la medida en que el máximo que se puede aplicar del pago de derechos arancelarios es lo consolidado por cada país en la OMC, o lo establecido en acuerdos de libre comercio suscritos por algunos países del continente. Con Rusia: ni fu, ni fa.
De otra parte, China e India, más el primero que el segundo, se han convertido en importantes inversionistas directos en muchos sectores de bienes primarios, industriales y de servicios, e incluso de préstamos que se pagan con barriles de petróleo u otros commodities. Cuando son inversionistas directos incorporan todo lo posible de sus producciones y personal en las cadenas productivas, y hasta los cocineros son chinos. Pocos respetan las normas laborales y aún menos las ambientales.
Rusia quiere invertir, pero tiene importantes limitaciones derivadas, en esencia, por la baja en los montos globales de las exportaciones de commodities, de sus compromisos geopolíticos con otras regiones del mundo (Medio Oriente y antiguos países que formaban parte de la Unión Soviética). Quisiera tener influencia política, pero sus posibilidades son profundamente limitadas. China no entiende de peleas democráticas, e India, simplemente, no opina.
Los chinos han invertido directamente en algunos países de Latinoamérica sumas importantes, también han otorgado préstamos. Sin embargo, son cautelosos y tremendos negociadores con su lógica ‘capitalista’ de régimen comunista. Ante las crisis, se limitan a recuperar sus inversiones con creces y no son salvavidas de nadie.
Políticamente, solo susurran al oído, pero no se comprometen. Los indios, igual, pero en menor magnitud; y Rusia, poco de nada: ladra, pero no muerde, perdió los dientes y ni siquiera en Cuba tiene la influencia del pasado. La verdad no son países sustitutos, son complementarios, y, en el caso del oso ruso, su influencia es relativamente irrelevante.
Cuentos chinos, rusos e indios
Algunos se preguntan por el papel que cumplirán China, Rusia e India en América Latina.
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