Es claro que en Colombia los medios de comunicación se concentran en pocos y poderosos inversionistas. Sin embargo, la televisión y la radio son simplemente arriendos del espectro electromagnético, obligados a cumplir con la constitución y la ley. La pregunta que surge parecería obvia: ¿Puede hacerse lo que se quiera con un bien público?
Uno se imagina que estas organizaciones tienen en su normatividad la obligación sujetarse a un código de conducta mínimo frente al público y que existe un límite frente a la defensa de los intereses de sus propietarios cuando son contradictorios con los de la sociedad. Dicen ellos: “Somos canales privados”, “es la libertad de opinión”. Desafortunadamente ejercen su poder oligopólico y crean barreras insalvables a opiniones divergentes o alternativas.
En la mayoría, no se guarda ningún tipo de equilibrio informativo y en su nómina y dirección tienen a su servicio especialistas que con desvergüenza ponen en la picota pública a aquellos que consideran enemigos del pensamiento único y que califican de inmediato como populistas o demagogos. Son muchas las situaciones de la naturaleza descrita que podríamos citar en las principales cadenas radiales y televisivas, pero el ejemplo clásico de estos desafueros es el de la emisora de mayor audiencia, en la que el director del programa matutino, diaria y sistemáticamente, pontifica, descalifica y agrede el pensamiento de la mitad de los colombianos y de quienes los representan en democracia.
Es tan sesgado su discurso de desorientación de la opinión que el único que no se sonroja entre los comunicadores que se encuentran en el estudio es el otro comentarista extremo, intérprete y apoyo jurídico de todo aquello que afecte a los opositores del sistema, o que debilite los acuerdos de paz, la inversión extranjera o las consultas populares y ciudadanas.
Me siento indignado, ofendido, triste, agredido e indefenso, sin capacidad de respuesta. Y me pregunto ¿hasta dónde la utilización de un bien público como el espectro electromagnético puede utilizarse por comunicadores de tan escasa independencia? ¿No es realmente la negación de la libertad de expresión?
Desde hoy decidí no escucharlos más. Sin embargo, antes de hacer ‘mutis por el foro’ me gustaría hacerles un llamado respetuoso para que no generen más división, más violencia, que respeten lo que piensan millones de colombianos que en democracia difieren de su interpretación sesgada de nuestra realidad, que se mesuren y trabajen por una nación mejor.
Los dueños de los medios deben tener responsabilidad social, aunque algunos de ellos se consideren los verdaderos dueños del país. Desafortunadamente, parecen, en ocasiones, no tener límites. Ni siquiera disimulan: son los alfa y como Huxley, en el “mundo feliz” se encuentran convencidos de que los demás son sus esclavos. Me niego rotundamente a cumplir con ese papel. Aunque poco o nada los afecte, me declaro en oposición a su desmedida ambición, a su interesada desinformación, al intento de silenciar la oposición y todo aquello que no sirva a sus intereses. Suficiente. Basta ya.