Los analistas económicos manifiestan su preocupación por la pobre evolución de la economía real. Desafortunadamente, no parece haber lugar para el optimismo.
Por ejemplo, cuando se mide el consumo aparente en Colombia (PIB + importaciones-exportaciones), el mercado interno se contrae (menores tasas de crecimiento del PIB), y lo mismo ocurre con las importaciones. Sin embargo, la tasa de penetración de las importaciones aumenta.
Nuestra participación en los mercados externos disminuye por la caída de los precios de los commodities. No obstante, lo que verdaderamente preocupa es la pobre o nula reacción de los sectores manufactureros, que antaño participaban con dinamismo en el mercado externo, especialmente en la deteriorada Comunidad Andina y Venezuela. Claro, las crisis de demanda interna de esos países es aún mayor que la de Colombia.
Los tratados de libre comercio, específicamente los realizados con Estados Unidos o México, que supuestamente nos abrían mercados inmensos, no han implicado el crecimiento de las ventas externas, más bien el dinamismo es de las importaciones, con un creciente deterioro de la balanza comercial con dichos países.
La tasa exportadora, calculada como la relación entre las exportaciones de bienes y servicios y el PIB, disminuye, lo que, lógicamente, conduce a un mayor déficit en la balanza comercial global.
La salida de utilidades de las empresas multinacionales se acelera, y no crecen o, más bien, disminuyen las remesas que son recibidas desde el exterior, y el déficit de la cuenta corriente alcanzaría en el 2015 por lo menos el 7 por ciento del PIB.
La inversión extranjera directa, que en los últimos años permitió financiar un menor déficit de cuenta corriente, perdió su dinamismo, y el capital de portafolio se dirige hacia la economía norteamericana, que incrementará las tasas de interés.
Las reservas internacionales alcanzan para financiar cuatro o cinco meses de importaciones y el servicio de la deuda. Son intocables, no se pueden monetizar, a riesgo de aumentar el riesgo país. ¿Qué nos queda? El dinamismo del mercado interno, especialmente por las obras de infraestructura y la construcción.
Todo ello implicará mayor gasto del Gobierno, probablemente incremento del déficit fiscal y aumento de la deuda interna y externa en el corto y mediano plazo. Urgente reforma tributaria gravando los dividendos, aumento de la emisión monetaria, posiblemente con un aumento de la inflación y disminución de las tasas de interés.
En consecuencia, se tienen cada vez menos grados de libertad. El verdadero problema es la evolución de la economía real, la que produce bienes y servicios para los mercados interno y externo. Los esfuerzos deberían encontrarse en esa dirección y en adecuar la política fiscal y monetaria hacia su estabilización y crecimiento. Pero, ¿quién convence de eso a los economistas de la ortodoxia?
Germán Umaña M.
Decano de la Economía de Universidad Central
germanumana201@hotmail.com