¿Existe realmente un proceso de integración en Latinoamérica? Desafortunadamente, la respuesta es un categórico NO.
La Asociación Latinoamericana de Integración, en la actualidad, puede aportar muy poco, ante las diferencias existentes entre los países que la conforman.
Los embajadores de cada nación, apenas si se pueden mirar a los ojos, cuando no se dan la espalda, como los de Perú, Colombia y demás.
Lo que parecería ser un fortalecimiento del Mercosur, con la entrada de Venezuela, no ha sido nada distinto que una parodia antijurídica en la que se aparta a Paraguay, pequeño demandante, por un gran litigante, como es Venezuela.
Lo que resulta poco convincente es la utilización del argumento democrático para justificar las decisiones.
En la medida que el tiempo transcurre en nuestra región, la palabra ‘democracia’ se encuentra cada vez más vacía, y, en el caso de Venezuela, parecería una contradicción.
Mercosur no tiene ninguna institucionalidad, se ejerce por las naciones una integración que se aplica y cobra ‘de acuerdo con la carrera y el pasajero’, como los taxistas.
Es, simplemente, un esquema de comercio administrado, en el cual cada quien hace en la práctica lo que se le da la ‘real gana’. Brasil y Argentina se muestran literalmente las ‘garras’ cada día, y Uruguay, ahora solo como pequeño país, no sabe cómo partir hacia mejores rumbos.
La Comunidad Andina es una ‘caricatura’. Bolivia y Ecuador poco o nada tienen que ver con Colombia y Perú. Todo lo importante que se había logrado se perdió con el retiro de Venezuela, el abandono definitivo de un arancel externo común, los cambios para adaptarse a los tratados de libre comercio con Norteamérica en propiedad intelectual y eliminación, en la práctica, del régimen agrícola de las bandas de precios.
México, Centroamérica, incluidos República Dominicana y Panamá, así como Colombia y Perú, simplemente, se rigen por un tratado de protección de inversiones a la inversión extranjera y una zona de libre comercio, extensiva a otros países en Latinoamérica.
No nos engañemos.
Mientras que la integración no parta de la voluntad de los pueblos y sus democracias, sin que prime lo ideológico o lo fugaz de los presidencialismos, en tanto que no se fortalezcan instituciones que vigilen el cumplimiento de los compromisos en lo social, político, económico y sustentable, solo habrá fotos de presidentes, muchos de ellos vigentes a punta de forzar reelecciones, cada vez más viejos y desdibujados.
Dicen que “institución internacional que sea dueña de un edificio no desaparecerá jamás”. Eso es cierto. Propongo, sin embargo, que la burocracia internacional sea reemplazada por historiadores que analicen el pasado que nos condujo al deprimente presente de la integración.
Algo así como un museo de la memoria que dé cuenta de la suma de nuestros fracasos, del egoísmo infinito de los empresarios y de la irresponsabilidad de nuestros dirigentes. Quizás, recuperando la memoria, podamos construir una verdadera integración.
Germán Umaña M.
Decano de Economía, U. Central
dgumanam@unal.edu.co