Tengo el privilegio de dormir pocas horas, eso sí, profundamente. Sin embargo, en las últimas semanas mis sueños se convirtieron en un insoportable ejercicio dialéctico, una combinación de pesadillas y sueños esperanzadores que necesito y, lo pido respetuosamente, que alguien me los explique.
Por ejemplo: he soñado con Goya, con sus llamadas ‘pinturas negras’ y, en especial, con ‘dos viejos comiendo’ y toda la dureza de lo que ello significa: “la visión angustiosa de la vejez como suprema maldición, de tanta tradición en la literatura española, se expresa aquí con una dureza cruel de la más honda vena expresionista. La gula, en las bocas desdentadas de estos monstruosos viejos, adquiere una expresión casi diabólica”.
Y, continúan las imágenes terribles de los huéspedes del infierno cuando se dan cuenta de que alguien quiere salir del hueco y se encuentra a punto de lograrlo y, de inmediato, se hace una escalera humana con los representantes de todos los vicios, las penurias y las angustias, que lo devuelven al suplicio eterno.
Y, me despierto y pienso en la realidad de la Colombia de hoy, y veo pasar por mi mente algunos personajes: responsables de nuestro negro pasado, enfermos de cinismo y que se niegan a retirarse, que hacen daño inmenso a la sociedad. Ellos deben ser lo real de mis pesadillas.
Por fortuna, vuelvo a dormir, y esta vez los sueños son diferentes: estoy en una marcha estudiantil, acompañando a mis alumnos, como en el pasado. A mi lado, rostros limpios, ingenuos, pero, eso sí, cultos, educados, con futuro. Claman por la paz, saben que lo que sigue es construir futuro.
Los acompañan las víctimas del conflicto, las que en lo fundamental quieren saber la verdad. Entienden que ese es el mayor castigo para los mendaces, los deshonestos y los causantes de tanta tragedia y delitos de lesa humanidad. Ese es el mayor temor de esos individuos: la verdad.
Y de pronto, aparece mágicamente en la marcha Simón Bolívar, y con voz estentórea, que se oye hasta el último rincón, dice: “un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción”, y los estudiantes callan, es la marcha del silencio. Pero, sonríen, sus sueños y su futuro son de ellos y nadie se los arrebatará. Saben que “un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, y eso no lo permitirán.
Pero la dialéctica de los sueños se reivindica: aparecen, en mi delirio, los verdaderos maestros, ejemplos de vida, paz y dignidad: Gerardo Molina, Orlando Fals, López Pumarejo, Antonio García, Umaña Luna, Carlos Gaviria o, simplemente, mi mamá o la suya. Cada uno de ellos me recuerda: “hay que cambiar la vida por otra vida, pero siempre la vida pese a la muerte”.
Y, recuerdo a García Márquez: “el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. Hoy, haré la excepción… necesito que alguien me explique.
Germán Umaña Mendoza
Profesor universitario
germanumana201@hotmail.com
columnista
La dialéctica de los sueños
“El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. Hoy, haré la excepción… necesito que alguien me explique.
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Germán Umaña Mendoza
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