Existe en la actualidad un abismo entre la política y la economía. En lo político, el país se debate entre el tema de la guerra, que parecería se convierte en el extenso sentido de la palabra, en poco rentable electoralmente, o, por el contrario, hacerse el harakiri con la cruzada anticorrupción que toca, en la práctica, a gran parte de la clase política en sus diferentes niveles. Se busca un outsider libre de toda culpa en estos manejos, o en su defecto, alguien que se le parezca, seguramente un ‘buen muchacho’.
Todo será mediático, seguramente útil para las campañas políticas de algunos, pero poco se contribuirá al real análisis de la necesidad de diseñar la hoja de ruta del desarrollo y la sostenibilidad. Nadie niega la importancia de combatir la corrupción. Sin embargo, a veces pienso que es una manifestación simplemente externa que se pretende tratar con quimioterapia, sin investigar, diagnosticar y atacar las causas de la enfermedad.
Y es que, ahora que se supera el único tema que era la guerra, se hacen evidentes problemas que sufrimos diariamente y que tienen que ver con derechos fundamentales como la salud, la educación, el derecho al trabajo, el acceso a los bienes culturales, la protección (no la dictadura) de las minorías y la diversidad, el acceso a los servicios públicos y, en fin, lo esencial para llevar a la sociedad a un compromiso con el humanismo social, donde las ganancias económicas se redistribuyan equitativa y equilibradamente.
Frente a ese gran debate hay que hablar de lo económico y del cómo se superarán las carencias. Lo más obvio sería el rechazo colectivo a cualquier propuesta ‘populista’ de izquierda o de derecha, ya sea gastando lo que se tiene, endeudándose hacia el futuro o inventándose absurdos sistemas de redistribución o expropiación que aseguran que no se cree riqueza hacia el futuro.
La discusión, entonces, pasa por el análisis de propuestas de crecimiento y desarrollo sostenible y de distribución del ingreso. Economistas de las escuelas ricardiana y keynesiana plantean una fórmula de partida relativamente sencilla para alcanzar: un pacto social mediante la fijación de un porcentaje máximo de participación de las utilidades en el ingreso nacional. Es exactamente lo contrario a la lógica perversa del “acumulad, acumulad, ese es el Moisés y los profetas”, planteada por los capitalistas extremos y los amantes de la maximización de las utilidades y no de la sostenibilidad de las empresas y los negocios.
La academia, las organizaciones sociales y políticas se encuentran en la obligación de elevar el nivel en el debate. La economía política del crecimiento pasa por la real identificación de las carencias sociales y a partir de allí definir políticas realistas que permitan la generación de riqueza. Si la economía no responde, las políticas serán irreales y mentirosas. Es necesario un NO rotundo al ‘juego de abalorios’, a las promesas sin fundamento. En fin, a aquellos que para cada solución tienen un problema, pero que poco estudian, plantean o proponen, y, además, habitualmente, no hablan, gritan.
Germán Umaña Mendoza
Profesor universitario
germanumana201@hotmail.com
No es el remedio, es la enfermedad
La academia, las organizaciones sociales y políticas se encuentran en la obligación de elevar el nivel en el debate.
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