A veces parecería de una lógica irrefutable pensar que el mayor reto de nuestro país es el de reducir la brecha de inequidad que nos presenta como uno de los países con mayor desigualdad en Latinoamérica, y en el mundo. Piensa uno, ingenuamente, que si se logra reducir el coeficiente de Gini, por ejemplo, en 10 puntos, se incorporarán al mercado formal miles de colombianos, aumentará la demanda y, seguramente, los menores ingresos percibidos por los más ricos se compensarán por el incremento de sus producciones y ventas. No es populismo: es la misma torta, simplemente mejor repartida.
Y parecería también necesario pensar que basar el crecimiento en el mediano plazo en recursos naturales no renovables con tendencias estructurales a la baja de los precios y la producción, no deja de ser una tontería, sin adoptar una plan de desarrollo de una economía alternativa, que conduzca al fortalecimiento de las capacidades productivas con valor agregado nacional, no solo en materias primas y bienes intermedios, sino en lo fundamental con la incorporación de una mayor capacidad humana, así como desarrollo científico, tecnológico, innovación y progreso técnico.
Y, ¿Por qué no presentar una reforma fiscal que simplemente elimine todo tipo de subsidios a sectores productivos particulares y las exenciones tributarias a grupos de poder que las mantienen, producto del eficiente y, muchas veces, corrupto papel de los lobistas en el Congreso? Eso no es populismo: es el Estado para todos y no para unos pocos.
Y, si a lo antedicho le sumamos la eliminación de los subsidios del gobierno a las pensiones de más de 10 salarios mínimos, un impuesto del 20 por ciento en retención en la fuente a aquellas de más de 11, una política de beneficios reales a la formalización y al aumento de la base pensional y, por supuesto, educación y recursos adicionales en el combate a la cultura de la corrupción. Eso no es populismo: es equidad.
Y, ¿qué tal si esos recursos los dedicamos a promover un desarrollo alternativo sostenible y equitativo, que transforme, de fondo, la educación, que incorpore el progreso técnico, que solucione y responda al cumplimiento de los derechos fundamentales como la salud, la cultura, el empleo y que, además, asegure los equilibrios en la explotación de los recursos naturales y la sostenibilidad de los ecosistemas?
Todo lo anterior no es populismo, ni significa mayor déficit fiscal, ni es demagogia. Es la creencia de que es factible una Colombia para todos y no simplemente para los pocos y verdaderos dueños del país. Al final, es solo política y democracia. Es combatir a aquellos que piensan en “acumulad, acumulad, ese es el Moisés y los profetas”, para promover un país sostenible y más justo en el largo plazo.
P.D. Hace 20 años, 18 de abril de 1998, asesinaron a José Eduardo Umaña Mendoza, humanista, intelectual, maestro, jurista, defensor de los derechos humanos y de los pueblos. Te llevamos, José Eduardo, en el corazón y en el recuerdo; cada día tus palabras “van creciendo en el viejo dolor como las yedras y están acostumbradas más que tú, a nuestra tristeza”.