“Necesitamos dinero para el posconflicto y para promover la paz”. Frase de cajón que los estudiosos de la economía nos preguntamos de dónde podrían realmente obtenerse.
Lo primero que se nos ocurre es la necesidad de incrementar los impuestos: es lo más fácil. Aumentar los tributos indirectos (el más común es el IVA). Decimos, si la paz es de todos, que la paguemos todos. No importa que lo hagan las clases medias y los pobres, que sea regresivo y que no afecte a los más pudientes. Es simple, pero injusto.
Impuestos directos: las empresas que tributan no aguantan más. La última reforma tributaria las puso contra la pared. Quedan los dividendos y las entidades sin ánimo de lucro. Desafortunadamente, todos los estudios demuestran que es relativamente poco lo que por este concepto podría recaudarse, y, por otra parte, en caso de que se graven, el recaudo se destinaría a tapar el hueco fiscal que se ha generado por la caída de los precios de los commodities.
¿Cuál es la solución? No parecería descabellado pensar que deberían contribuir los que más ganan y proponer la aplicación de un impuesto como el formulado por Tobin a las transacciones financieras, aplicado a los cobros que efectúan las instituciones bancarias. Denle a ese gravámen una destinación específica para la bolsa del posconflicto. No solo se conseguirían recursos cuantiosos, sino que se haría por fin una reforma equitativa.
Otra fuente de recursos: combate frontal a la corrupción en las regiones (gobernaciones y alcaldías). Hasta yo, que soy el más ingenuo de los ingenuos, estoy notificado que por un número importante de contratos se cobra religiosamente el denominado diezmo, para engrosar las arcas de algunos de los gobernadores, alcaldes y funcionarios. Lo peor es que diezmo ya no significa 10 por ciento, sino 20 y hasta 30 por ciento. Bastaría con hacer un cálculo sencillo para saber que los recursos que se podrían dejar de perder por el ejercicio de estas indebidas prácticas son realmente cuantiosos.
Y ¿qué hacer con los recursos para la guerra? Los que necesariamente deberán retribuir a la sociedad y a las víctimas son las Farc, contribuirían a aumentar la bolsa para financiar las necesidades del posconflicto. Adicionalmente, habrá que reconocer que la ecuación: menos guerra=menores necesidades presupuestales de gasto e inversión para las fuerzas armadas, tiene sentido. Miren ustedes, un simple recorte del 10 por ciento en el total de lo asignado para este rubro en el presupuesto del 2015, equivaldría a un monto superior al 0,5 por ciento del PIB.
La ‘plata está en los árboles’. O dicho de mejor manera, en los sectores financieros, la corrupción y el financiamiento de la guerra. Es simplemente una propuesta de redistribución del ingreso, apelando a un término extraño y aparentemente contradictorio: ‘moral económica’, cuya aplicación a la economía política se constituye en esencial cuando hablamos de paz, de dejación de armas y de la aplicación real de la justicia social.
Germán Umaña Mendoza
Profesor universitario
germanumana201@hotmail.com