Mejoran los precios del petróleo, y en los últimos tres meses del año podrían estar por encima de los 50 dólares por barril, y lo mismo pasa con otros ‘commodities’. La balanza comercial y de cuenta corriente se recupera y es menos deficitaria, aparte de que la financiera y de capitales es suficiente para financiar su déficit. Y la inflación se controla, pues los efectos de la devaluación ya fueron descontados por los importadores, aunque, lastimosamente, los precios de la agricultura caen de manera estrepitosa.
Las tasas de interés, necesariamente, tendrán que empezar a disminuir. La de cambio se estabiliza en menos de 3.000 pesos por dólar, y la industria repunta: el PIB crecerá levemente y el desempleo no aumenta. En consecuencia, es necesario afirmar que la economía se encuentra en dificultades, pero no es la catástrofe esperada a inicios del 2016.
Se radicó este miércoles el proyecto de la reforma tributaria, en medio de la mayor convulsión política que ha tenido el país, y la pregunta es ¿cuál es la magnitud necesaria para equilibrar el déficit fiscal?
Eliminar excepciones odiosas que en el pasado se obtuvieron, no tocar la canasta familiar, corregir la última reforma que gravó absurdamente a las empresas y a los productores de bienes y servicios, y equilibrar esta disminución con mayores impuestos a los dividendos, al capital improductivo y a las excesivas utilidades del sector financiero.
Igualmente, gravar las entidades sin ánimo de lucro y, por supuesto, a las iglesias y sus ingresos, que ahora sirven hasta para hacer política.
A lo anterior debería sumarse –como en mi opinión lo está haciendo, de manera ordenada y valiente la Dian– el combate al contrabando, al lavado de activos y a los capitales en los paraísos fiscales. También debe incluirse lo que no se hace: la lucha contra la corrupción, especialmente en las regiones en donde, salvo contadas excepciones, no hay contrato ‘sin coima’ y se le mete mano al barril sin fondo de los recursos de la salud. Finalmente, si los elevados salarios del Congreso y de altos funcionarios, en un gesto patriótico, se disminuyen, otro sería el cantar.
Todo lo anterior no solo sería una verdadera reforma estructural, sino que contribuiría realmente al saneamiento fiscal. El comportamiento de la macroeconomía, de las cuentas internas y externas, de los precios macroeconómicos (tasa de cambio y tasas de interés) y del empleo es diferente desde cuando se empezó a plantear la necesaria reforma tributaria, y estos aspectos deben ser incorporados en los análisis.
Pero lo que parece absurdo es gravar los ingresos de las clases medias aumentando impuestos regresivos como el del IVA, contradiciendo las promesas del presidente Santos. El Ministerio de Hacienda va por lo más fácil. Lanza una moneda al aire y dice a los colombianos: “con cara gano yo y con sello pierde usted”.
No sean garosos. No al aumento del IVA: sí a la reforma.
Germán Umaña M.
Profesor universitario
germanumana201@hotmail.com
¿Reforma estructural?
El Ministerio de Hacienda va por lo más fácil. Lanza una moneda al aire y dice a los colombianos: “con cara gano yo y con sello pierde usted”.
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