No eran demasiadas las esperanzas que se tenían respecto a lo que podían ser los resultados de la última cumbre que sobre el tema de cambio climático concluyó en Cancún, México. El protocolo de Kyoto, si bien ha sido una referencia desde 1997, también se ha constituido en una declaración de buenas intenciones, de poco cumplimiento, por 2 de los más contaminadores del planeta: Estados Unidos y China.
La presión que la sociedad pueda ejercer mediante sus organizaciones es clave en todo esto de lograr compromisos por parte de los gobiernos. En tal sentido, es sorprendente cómo algunos sectores -no sólo forjadores de esa opinión, sino integrantes de sectores fundamentales de la sociedad civil- aún consideran que no existen pruebas determinantes del aumento de temperatura que padece el planeta.
No ha bastado con saber que al menos 6 de los 10 años más cálidos que hemos observado durante los últimos 50 años, tuvieron lugar en esta primera década del Siglo XXI; no han sido suficientes las evidencias de los efectos de los fenómenos de El Niño y La Niña, además de la secuela que han dejado los huracanes -está todavía fresco el impacto de Katrina y Rita en octubre y noviembre del 2005-; no ha bastado tener la evidencia de la cauda de destrucción, daños ecológicos , pérdidas de especies de fauna y flora, y profundos costos a las economías de diferentes países.
Es claro que además de la acción humana también actúan otros factores del medio: quizá un nuevo periodo glacial y los recurrentes lapsos de 11 años en que la actividad del sol tiene mayor o menor intensidad. Sin embargo, la acción humana está contribuyendo al efecto invernadero y este sí es un elemento que depende de nosotros. Es aquí donde podemos incidir. De allí la importancia de que, al menos en el ámbito de los acuerdos, los gobiernos sean capaces de lograr consensos.
Y sí los hubo. Entre los principales resalta el hecho de que se ha creado un “fondo verde” que tendría 100.000 millones de dólares -la séptima parte de lo que fue el primer cheque de noviembre del 2008 para el “rescate bancario”-. Además, se contemplan nuevas discusiones a efecto de no dejar morir la vigencia del Protocolo de Kyoto, elemento que ha sido, junto con el Protocolo de Montreal, parte fundamental de las acciones más concretas que se han establecido.
También se dispuso que las actividades de los gobiernos se encaminen a efecto de que el calentamiento del planeta no supere 2°C, algo que la delegación de Bolivia consideró un referente muy laxo, no tan contundente como era necesario. Se hizo evidente en Cancún que la presión económica, especialmente ahora que aún no nos recuperamos de la última crisis financiera, es un factor que limita la acción de los gobiernos. No existe una consciencia ambiental que actúe en consecuencia con un postulado evidente: no hacer algo ahora implicará costos elevados en el futuro. Mientras más se retrasen las acciones, más caras serán.
Podemos estar en desacuerdo entre nosotros: que si unos países no tenían trabas ecológicas mientras lograban su desarrollo, que si no hay suficientes fondos compensatorios para energías limpias, que si el costo ahora deben afrontarlo todos los países, mientras los desarrollados no tienen cortapisas y continúan haciendo del planeta un basurero -Estados Unidos, con el 5% de la población, genera un 32% de los desechos del mundo y un 26% de los gases del efecto invernadero-.
Debemos tener presente que las leyes de la vida son inexorables, que el planeta puede, y quizá en mejores condiciones, continuar su propia existencia sin nuestra especie. Los daños ambientales cada vez se acercan más a niveles de irreversibilidad. Crecientemente, se hace imperativo actuar con eficacia. Los logros de Cancún al menos mantienen la esperanza de que algo pueda realizarse. Es importante la presión de la opinión pública y de la sociedad civil en general, antes que los márgenes de maniobra se agoten y los daños ya no sean reparables en los sistemas y recursos naturales que son el substrato esencial para nuestra vida diaria.
Resultados que aún mantienen la esperanza
La acción humana está contribuyendo al efecto invernadero. De allí la importancia de que, al menos e
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Giovanni Reyes
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