Cuando un enfermo cree que se siente mejor, se dan cambios a nivel neurobiológico. “La creencia positiva cambia algo en el cerebro de la persona”, según el científico Fabrizio Benedetti, profesor de neurociencia en la Universidad de Turín. Por años, ha estudiado el tema de las creencias y del efecto placebo en los seres humanos. “Si esperas que algo te va a aliviar el dolor, liberas opiáceos endógenos, si esperas una mejora en tu movilidad, liberas dopamina, otro neurotransmisor”, afirma. La actitud positiva y esperanzada es vital porque cambia tu actitud, ayuda a sanarse e influye en el cuerpo y sus órganos.
De acuerdo con un estudio de la Universidad de Michigan, el efecto placebo o de la creencia es real. Solo pensar que un fármaco alivia el dolor, puede ser suficiente para liberar el ‘analgésico’ natural del cuerpo: las endorfinas. “Vimos como el sistema de endorfinas se activaba en las zonas cerebrales relacionadas con el dolor. La actividad aumenta cuando se le dice a un paciente que está recibiendo un analgésico, aunque no sea verdad”.
Así lo expresó Jon-Kar Zubieta, profesor de radiología de la universidad. Tú eres lo que crees, lo que piensas y lo que sientes. Sucumbes y te hundes siendo pesimista o te superas con el poder de la fe y la esperanza. Cuando solo tenía seis años, el gran artista Miguel Ángel perdió a su madre, y también su hogar. A los 9 años Juan Sebastián Bach era huérfano de madre, y a los 10 también de su padre. A los dos años de edad, Charles Chaplin, se quedó sin papá, ya que este lo abandonó, fue un huérfano de padre vivo. En seis meses, el pintor español Murillo perdió a su madre y a su padre cuando solo tenía nueve años. Los ejemplos son muchos, pero estos son suficientes para entender que siempre hay salidas. Esa dura orfandad no frenó los sueños de esos seres ni les impidió brillar y dejar una buena huella. Ellos no se sentaron a llorar toda la vida ni asumieron el ingrato papel de víctimas, confiaron y se sobrepusieron como lo puedes hacer tú cuando afrontas serias penalidades.
En junio de 1990, Joanne Rowling viajaba en un tren –demorado cuatro horas– de Mánchester a Londres. Entonces, surgió en su mente, completamente formada, la idea de una escuela de magos. “No sé de dónde provino la idea, pero Harry Potter y todos los personajes y situaciones afloraron en mi cabeza”. En diciembre de ese año, murió su madre tras una batalla de diez años con la esclerosis múltiple. Rowling viajó a Oporto, Portugal, trabajó como profesora de inglés, y en 1992 se casó. En 1993, nació su hija Jessica Isabel, ella se separó y se fue a a Edimburgo, donde su hermana. Todo ese tiempo sufrió mucho debido al proceso con su exmarido, y en 1994 estuvo en depresión y pensó en el suicidio. Confió, insistió y, sin empleo y con serias carencias económicas, completó en 1995 su primera novela en los cafés, mientras Jessica dormía.
Lo que vale nunca es fácil, pero el poder de la fe y la pasión hacen milagros. Eres lo que piensas y lo que crees.