China, el gigante dormido, como la bautizó en su momento el presidente norteamericano Richard Nixon, está poniendo a temblar al mundo por los efectos que puede llegar a producir sobre el resto de las economías, en función de su propio desempeño. En los últimos 10 años, la información oficial indica que la economía china creció a un promedio de casi 10 por ciento anual, convirtiéndose así en la principal locomotora del crecimiento mundial y llenando el vacío dejado por las economías tradicionales del hemisferio occidental.
Ahora, el pánico se está apoderando de los inversionistas de todas las latitudes, y los mercados financieros –empezando por la propia bolsa de valores china– se están desplomado por el simple hecho de que los pronósticos de expertos prevén para este año un crecimiento de la economía china de 7 por ciento, un poco por debajo del promedio comentado.
En este momento es cuando surge una gran inquietud: las proyecciones comentadas para nada estarían indicando una caída de esa economía, sino, por el contrario, una reafirmación de que sigue creciendo, así sea a una velocidad ligeramente más baja que en el reciente pasado. Dicho esto, no se entiende por qué tanto alboroto. Tendría sentido si las previsiones apuntaran a una caída del PIB chino. Si un jefe cabeza de hogar ha logrado, a través de varios años, elevar el nivel de vida de su ámbito familiar y llega un momento en que su ingreso laboral no disminuye ni se estanca, sino que sigue aumentando, pero a un ritmo menor, no puede ser tomada esta circunstancia como síntoma de un deterioro en la calidad de vida de sus allegados.
Así sea llover sobre mojado, las compras que seguirá haciendo el sector externo de China al resto del mundo no tienen por qué disminuir, sino seguir aumentando. ¿Será que el pánico mundial obedece más bien a una alta dosis de incredulidad de esos mercados con respecto a las estadísticas ‘oficiales’ sobre dicho país? Incredulidad, especialmente con relación a los periodos de bonanza y expansión a todo vapor. Si Grecia, al momento de solicitar su ingreso a la zona euro, logró manipular sus estadísticas y así engañar a las autoridades competentes, no sorprendería que las espectaculares tasas de crecimiento de China, reportadas hasta el 2014, tuvieran más de lirismo mágico que de correspondencia con la realidad. ‘Algo o mucho de cuento chino’. De ser cierta esta hipótesis, no cabe duda de que el impacto negativo de la evolución actual de la economía china sobre el resto de las economías de todo nivel, sí vendría a ser muy negativo y desafortunado.
De hecho, ya se está sintiendo ese impacto sobre la economía colombiana. Sin embargo, esto ocurre no porque el gigante asiático esté comprando menos petróleo a Colombia, sino porque los mismos barriles los está pagando a la mitad del precio de marras. Igual está ocurriendo con las exportaciones de carbón y acero y chatarra, principales ítems de nuestras ventas a ese misterioso imperio. No hay que buscar el cuerpo del ahogado, aguas arriba.
Reflexión al margen: no importa qué hechos o eventos puedan ocurrir de aquí a que termine el 2015. El título de personaje del año se lo ganó, de lejos, el ilustre ciudadano Ovidio González con su corajuda y firme decisión de someterse al proceso legal de eutanasia.
Gonzalo Palau Rivas
Profesor de la Universidad del Rosario
gpalau@cable.net.co