Cuando no existía la posibilidad de reelección presidencial y hasta tanto esta no sea abolida era y seguirá siendo costumbre que cada Gobierno entrante declarar que el anterior le deja ‘la olla raspada’, para dar a entender que no va a poder cumplir con las promesas anunciadas y los compromisos adquiridos con sus electores. Con la reelección esto ya no ocurre, pues no tendría presentación que un gobernante reelegido vaya a echarse la culpa a sí mismo de haber dejado desocupadas las arcas del Estado. Aún más alucinante el panorama y al límite de lo absurdo, cuando el Minhacienda entrante y saliente resultan ser la misma persona.
Esta reflexión viene como anillo al dedo a propósito del proyecto de presupuesto para el 2015 presentado a consideración del Legislativo y que inicialmente reconoce e incluye un faltante o desbalance de 12,5 billones de pesos, equivalentes al 6 por ciento del monto total del presupuesto.
Vale la pena aclarar que esta cifra no corresponde a la noción del déficit fiscal, para el cual están previstas las tradicionales emisiones de deuda, tanto externa como interna. Los 12,5 billones de pesos son gastos en que se va a incurrir si el Congreso aprueba el monto total, como tradicionalmente ocurre, pero para los cuales en este momento no existe contrapartida alguna por la vía de los ingresos, bien sean estos corrientes, de capital o de deuda.
Así las cosas, estaríamos más que en un escenario de olla raspada, en uno de barril sin fondo. Los gastos crecen más que los ingresos, en buena medida, por la acumulación de compromisos adquiridos por el Gobierno en la etapa preelectoral y por la perspectiva de unos gastos extraordinarios en previsión de que el tortuoso, pero ineludible, proceso de paz con los actores del conflicto se convierta en una verdadera realidad que inevitablemente más temprano que tarde va a significar unas erogaciones o desembolsos cuyo monto total en este momento es difícil de cuantificar.
De todas maneras, este descuadre no surgió de la noche a la mañana y menos a las espaldas de quien por su buena labor fue el primero en ser reconfirmado en el gabinete ministerial para el segundo periodo y en la misma posición, a diferencia de otros colegas suyos. Si a esta falta de claridad le agregamos el reversazo en el proceso de privatización de Isagen a pocos días de su culminación, no se necesita estar en la oposición para señalar que no ha sido propiamente el mejor arranque y reconocer que en el ambiente flota un sentimiento de sorpresa y desconcierto.
Para volver a llenar la olla, el ministro Cárdenas ha anunciado dos medidas, producto de la angustia y en contravía de los postulados que se suponía habían sido las directrices de la reforma tributaria del 2012.
Mantener por los próximos cuatro años el impuesto a las transacciones, cuya desaparición estaba programada para el 2015, y prorrogar por el mismo plazo el impuesto al patrimonio, el cual en sus orígenes fue concebido como de carácter extraordinario y transitorio. Si es por cuatro años, ¿significa que el gobernante elegido en el 2018 y su respectivo Minhacienda volverán a sufrir el síndrome de la olla raspada?
Pregunta al margen: ante la ocurrencia de tantos hechos políticos en las últimas dos semanas, ¿alguien recuerda el nombre del candidato que quedó de segundo en la segunda vuelta presidencial?
Gonzalo Palau Rivas
Profesor de la Universidad del Rosario
gonzalo.palau@urosario.edu.co