El proteccionismo de Trump carece de argumentos técnicos. Aun cuando él enfatiza en el déficit de la balanza comercial, la variable relevante en economía es el saldo de la cuenta corriente, que además del comercio de bienes, incluye el de servicios y la renta de los factores. Si esa balanza es deficitaria (importaciones mayores que exportaciones de bienes), puede tratarse de un problema de competitividad, pero también puede obedecer a un exceso de gasto que es financiado con ahorro externo. Ninguna de estas causas se soluciona con medidas proteccionistas ni guerras comerciales; la primera, demanda mejorar la competitividad y, la segunda, aumentar el ahorro doméstico.
Además, el déficit comercial y el de cuenta corriente se deben analizar en términos relativos y no solo absolutos. El primero aumentó hasta un máximo del 6,0 por ciento del PIB en el 2006; desde ahí se redujo a 4,0 por ciento en el 2016. El segundo llegó a 5,8 ciento del PIB y luego disminuyó a 2,4 ciento en los mismos años. Los niveles y las tendencias de ambos son considerados de bajo riesgo en el contexto internacional.
Paradójicamente, la reforma tributaria del 2017 aumentará el déficit comercial que Trump pretende reducir. Se calcula que en los próximos años el déficit fiscal crecerá más de 1,7 billones de dólares; como el ahorro nacional es bajo, el gobierno dependerá de los capitales del exterior para financiarlo. Esos flujos apreciarán más el dólar, debilitarán las exportaciones, fortalecerán las importaciones y ampliarán el déficit de la cuenta corriente.
Los efectos negativos del proteccionismo se acentúan cuando las medidas adoptadas carecen de precisión en sus objetivos, como ocurre con los aranceles a los paneles solares y a las lavadoras y sus componentes. Funcionarios gubernamentales afirmaron que “las tarifas están dirigidas principalmente a (…) fabricantes chinos de paneles solares y productores surcoreanos de lavadoras” (Wall Street Journal).
En el caso de los paneles solares, Stephen Roach señala que su producción se desplazó de China a Malasia, Corea del Sur y Vietnam, países desde los cuales EE. UU. importa dos tercios del total de estos productos. Respecto a las lavadoras, Samsung abrió en enero una fábrica de electrodomésticos en Carolina del Sur, con una inversión de 380 millones de dólares; con el arancel, las autoridades temen que se frenen la producción y los empleos proyectados.
Otra medida reciente de Trump fue la imposición de aranceles sobre el acero y el aluminio. Pero China ya paga unos sobrearanceles por el 94 por ciento de sus exportaciones de acero a EE. UU.; por esto, según Chad Bown, del Peterson Institute, el impacto esperado para los demás proveedores será mayor que para los chinos. De hecho, aun cuando China es el principal productor mundial, la mayoría de importaciones estadounidenses provienen de la Unión Europea, Canadá, Corea del Sur, México y Brasil.
En aluminio ocurre algo parecido, pues China solo provee el 10 por ciento de las importaciones de EE. UU, y el 96 por ciento de ellas tiene gravámenes adicionales. Visto así, es más que justificado el severo juicio del nobel de economía Paul Krugman sobre el presidente de EE. UU: “Siempre hemos sabido que Donald Trump es beligerantemente ignorante sobre economía (y muchas otras cosas)”. Por esto, sigue creciendo el riesgo de una guerra comercial; otro efecto del proteccionismo improvisado.