Entre las principales causas que se argumentan para la baja tributación del país, aparecen casi siempre las personas naturales. Entonces, salen a relucir las estadísticas y las comparaciones con otros países, pero generalmente parcializadas en contra de las rentas de trabajo. Es cierto que estas rentas tienen algunos beneficios excesivos, particularmente las más elevadas y las altas pensiones, pero nada comparables con las prebendas tributarias que disfrutan las rentas de capital. Cuando en Colombia la mitad de los trabajadores ocupados gana un salario mínimo, o menos, y el 85 por ciento recibe hasta dos, no podemos esperar una gran tributación de este sector. Sin olvidar que las rentas de trabajo son las únicas totalmente controladas a través de las retenciones en la fuente, cuyas tarifas son las mayores que se cobran sobre los ingresos brutos.
No ocurre lo mismo con las rentas de capital. Los intereses, por ejemplo, solo se gravan en la parte que excede la inflación (cero en el 2015), pero a las mismas tarifas, precisamente corregidas anualmente por inflación, que se aplican a todas las demás rentas. Los dividendos son gravados en los países desarrollados con los cuales se nos quiere comparar, motivo concluyente para que en ellos paguen más impuestos las personas naturales. Pero quizá una de las medidas que resulta más grotesca es la que exonera del impuesto de renta las transacciones con acciones inscritas en bolsa, con la excusa –que en estas épocas resulta hasta ridícula– de que hay que estimular la democratización de la propiedad accionaria. De acuerdo con las cifras de la Bolsa de Valores de Colombia, el 73 por ciento de la capitalización bursátil está representado por 10 emisores; en los mercados emergentes no pasa de 50 por ciento (en China es 11 por ciento). Las más grandes operaciones se valen de esta norma para no pagar impuestos.
Con medidas como esta, la tributación estimula la concentración del ingreso y, seguramente, es una de las razones para que, según la Cepal, en Colombia el 1 por ciento de la población controla el 20,5 por ciento de los ingresos, siendo uno de los países más desiguales del mundo. Igual que otras naciones en desarrollo –aspiramos a grandes solo por entrar a la Ocde–, nos han metido en la carrera loca del capitalismo salvaje, donde lo único importante es mejorar el rendimiento de las empresas, a cualquier costo, en especial reduciendo puestos de trabajo. Los países desarrollados pueden darse el lujo de utilizar esa ruleta rusa, porque hace mucho tiempo solucionaron las necesidades básicas de su población: juegan a la ruleta con una pistola descargada.
La tributación, como mecanismo de redistribución del ingreso, también hace parte de un proceso de paz; ojalá se logre. Pero hay que entender que el castro-chavismo no se combate con frases y plomo, sino con el bienestar de toda la población; y que difícilmente habrá una paz duradera mientras proliferen los delincuentes de cuello blanco, y existan personajes influyentes que, desde la comodidad de su entorno, ignoran que en nuestro país hay miseria y creen que es más meritorio dar limosna que pagar impuestos.
Horacio Ayala Vela
Consultor privado
horacio.ayalav@outlook.com
Dar limosna, o pagar impuestos
Difícilmente habrá paz duradera mientras proliferen delincuentes de cuello blanco, que ignoran que en nuestro país hay miseria.
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