En medio de la fetidez que emana la delincuencia de cuello blanco que se ha tomado el país, encarnada en algunos políticos, empresarios, funcionarios, intermediarios y hasta jueces, resulta edificante saber que existen personas que, por el contrario, dedican su vida y todos sus esfuerzos a aliviar las desgracias de quienes tienen que llegar a extremos para poder sobrevivir.
En el extenso santoral de la Iglesia católica aparece en España Santa María Micaela, dama de la alta sociedad, quien dedicó su vida a cuidar y proteger a las muchachas que caían en la prostitución. Como producto de esa vocación fundó en 1859 la Comunidad de Hermanas Adoratrices, dedicadas a trabajar por las mujeres vulnerables y a redimir a los pobres caídos en los vicios. Esta historia podría no tener mayor trascendencia, si no fuera por la inmensa huella que ha venido dejando esa comunidad religiosa en Colombia.
Lo que empezó la hermana Esther Castaño, en 1972, como un pequeño taller de confecciones en el barrio de La Candelaria, con tres máquinas usadas, se ha convertido, poco a poco, en una empresa especializada en confecciones, que cumple 40 años y está en condiciones de exportar unas seis mil prendas al mes. Aquí, las muchachas desprotegidas, después de recibir el entrenamiento adecuado, se integran a la nómina de trabajadoras formales, con todas las garantías laborales. Las prendas que fabrica Creaciones Miquelina pasan las pruebas de los más altos estándares de calidad; desde el 2001 cuenta con la certificación ISO 9001, y se venden en el Reino Unido gracias a la confianza y al apoyo de Nik Brown, cabeza visible de Páramo, una marca ampliamente acreditada en el suministro de prendas para deportes extremos.
La excelencia de los productos y la labor social de la Fundación le han merecido numerosos reconocimientos en el país, entre otros el Premio Portafolio y el Premio Confecámaras, y dos de nivel mundial: el Premio del Festival Mundología, por el cuidado a la vida, plasmado en las buenas condiciones laborales y económicas que la Fundación ofrece a sus empleadas, entregado en Friburgo, y la Certificación en Comercio Justo, otorgada en Munich por la WFTO (World Fair Trade Organization) en reconocimiento a que Miquelina es una empresa que aplica métodos y relaciones equilibradas en las condiciones de trabajo, los salarios, el medioambiente, y que está en contra del trabajo infantil, la esclavitud y la explotación indebida de la mujer. Son muy pocas las empresas autorizadas a llevar la marca ‘Comercio Justo’ en sus etiquetas.
Pero, además del programa de capacitación laboral, la Fundación cuenta con jardines infantiles, centro de capacitación intelectual, programas de salud, comedor comunitario, biblioteca virtual, y una cooperativa que ha permitido a muchas mujeres obtener su casa propia en el barrio Juan José Rondón, transformado en una comunidad acogedora a partir de un lodazal, debido, en gran medida, al tesón de la Hermana Esther. En medio de la descomposición moral que vive el país, resulta refrescante saber que todavía existen personas y obras buenas y generosas, como las Hermanas Adoratrices y su Fundación Creaciones Miquelina.