Julius Henry Marx, más conocido como Groucho Marx, fue uno de los más importantes humoristas estadounidenses del siglo XX, que definió la política como “el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
Si se aplica este criterio a la política económica del actual Gobierno, nos encontramos con que estamos ante una administración de corte marxista. ¿Por qué razón? Vayamos por partes.
El Gobierno se dedicó a buscar sus propios problemas, como lo evidencia haber aumentado el gasto público en un porcentaje sustancialmente más amplio que el crecimiento de la economía, soportado por una bonanza transitoria de ingresos minero-energéticos, sin guardar ahorros suficientes para enfrentar situaciones contracíclicas. Al no tomar medidas para diversificar los sectores que más exportaciones e inversión atraen al país, se creó una mayor dependencia frente a unos productos en los cuales tenemos pocas reservas y unos altos costos de producción, que al caer severamente los precios golpean la cadena.
Otro problema buscado es el debilitamiento del sector industrial. Por cinco años, el Gobierno vio cómo la industria pasó de representar el 14 por ciento del PIB hasta llegar hoy al 11 por ciento, advirtiendo que no se tomaron correctivos eficaces para enfrentar el contrabando, reducir costos de energía, mejorar las barreras de acceso a crédito de largo plazo, contener los efectos negativos de la volatilidad cambiaria y crear mejores condiciones reales de acceso a mercados.
Bajo la línea de Marx vino, entonces, el encuentro con el problema. Para la discusión del presupuesto del 2015, las autoridades se encontraron con un hueco presupuestal de 12,5 billones de pesos, el cual se agravó con una caída pronunciada del precio del petróleo, sector que representa el 50 por ciento de las exportaciones y fuente fundamental del recaudo: las regalías y los ingresos de capital. A esto se le agrega que en los últimos años la industria ha crecido por debajo del 1 por ciento.
El diagnóstico gubernamental se basó en creer en la falsa premisa de que las circunstancias adversas eran fugaces y se podrían manejar con medidas impositivas. Ante el hueco fiscal y la urgencia coyuntural, el Gobierno optó por una reforma tributaria que generó temores de asfixia, representados en replanteamientos de inversión y desconfianza.
A pesar de las múltiples advertencias frente a los riesgos de su talante marxista, los resultados ocurrieron. Los déficit comerciales y de cuenta corriente aumentaron aceleradamente, la industria se espantó, los consumidores perdieron confianza y las perspectivas de crecimiento cayeron del 4,8 por ciento a menos del 3,5 por ciento.
Para enfrentar la coyuntura, ahora anuncian, con bombos y platillos, una segunda versión del Plan de Impulso a la Productividad y el Empleo (Pipe), que consiste en relanzar medidas que ya se aplican o han sido parcialmente adoptadas en el último año. En pocas palabras, el Gobierno insiste en el error, porque en lugar de tomar medidas estructurales, se la ha jugado por Pipe 2.0, cuyo verdadero significado es ‘Plan de Impulso a la Popularidad en las Encuestas’.
Iván Duque Márquez
Senador
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