Colombia es un país con una enorme riqueza en biodiversidad y medioambiente, reconocida en los más selectos índices internacionales. No en vano ocupamos el primer lugar en aves y orquídeas, el segundo en plantas, anfibios, mariposas y peces dulceacuícolas, el tercer lugar en reptiles y el cuarto en mamíferos.
Aunque esos reconocimientos nos deben hacer sentir orgullosos, son otros fenómenos los que nos deben preocupar. En 1990, nuestro volumen de agua en unidad de superficie nos llevaba a ocupar el cuarto lugar en el mundo,hoy hemos descendido al puesto 17.
Como si fuera poco, el Banco Mundial ha alertado que el agotamiento de los recursos naturales es cercano en valor al 8 por ciento del PIB en los últimos años.
También debería preocuparnos como país, que tengamos 112 especies de plantas amenazadas, 164 especies de vertebrados y 174 invertebradas en grave riesgo de desaparición. Esta alarmante situación debería hacer parte de unas reflexiones profundas de política pública.
En el manejo de otros factores, la realidad no es menos crítica. Solo 15 departamentos aprovechan adecuadamente más del 50 por ciento del suelo, y el bosque natural en Colombia, con respecto a la superficie total, ha venido disminuyendo de forma acelerada. A esto, hay que agregar, que, según el Ideam, solo uno de los siete parques naturales con arrecifes de coral presenta condiciones deseables.
Los costos del descuido ambiental también nos deben alertar, mucho más cuando el 50 por ciento de las emisiones de gases efecto invernadero en el país se originan en la deforestación y la degradación de bosques. Por supuesto, los costos en salud por muertes derivadas de enfermedades asociadas con degradación ambiental superaron los 20 billones de pesos en el 2015, según Planeación Nacional.
¿Está el país preparado para hacerle frente a todo esto? Cuando vemos que el presupuesto para el sector de medioambiente en el 2017 es 11 por ciento menos que en 2016, y que el presupuesto del sector apenas corresponde al 0,3 por ciento del presupuesto general de la nación, la respuesta es NO. En materia ambiental, sobresale la carreta y los discursos a las acciones efectivas.
Ha llegado el momento de pasar a la acción con unas líneas claras de visión de país. Todas las actividades productivas deben estar alineadas con la protección del agua, de los páramos, la calidad del aire, la gestión eficiente de residuos y la mitigación del cambio climático.
Debemos construir una cultura nacional de medioambiente y biodiversidad mediante las cátedras de sostenibilidad, desde edad temprana, que contribuyan a la reducción de la huella per cápita de Co2. Tenemos que modernizar la institucionalidad ambiental, incluido el Sina, despolitizar las CAR, promover el transporte limpio, fomentar con incentivos la agricultura sostenible y fortalecer presupuestalmente el sector, asociado con una agenda colectiva de protección de nuestra riqueza submarina.
El medioambiente no puede seguir siendo una cenicienta de las políticas de Estado ni el gran ausente de las propuestas electorales para la Presidencia de la República. Este es el eje de una sociedad sostenible y como tal debe ocupar su lugar protagónico.
No más carreta
El medioambiente no puede seguir siendo una cenicienta de las políticas de Estado ni el gran ausente de las propuestas electorales.
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