Las relaciones de padres e hijos son quizás la más pura manifestación del amor, la protección y la admiración entre dos seres. Mientras los padres se entregan intensamente al cuidado de su prolongación en el tiempo, desarrollando un instinto afectivo sin comparación, los hijos evolucionan bajo el faro orientador de quienes están dispuestos brindar su amparo con vehemencia. Quizás por esto, en la literatura las obras entre padres e hijos son un terreno lleno de emociones y difícilmente dejan de sorprender.
Winston Churchill, quien obtuvo el Premio Nobel de Literatura, dejó finamente esculpida la memoria de su progenitor en su biografía titulada Lord Randolph Churchill. En ella, a pesar de una relación marcada por la distancia y por el escepticismo del padre sobre el talento del hijo, Churchill se convierte en un escritor riguroso, capaz de separar el vínculo emocional para crear una obra que le mereció el respeto del público y que reivindicó la memoria de quien fue su ejemplo como hombre público.
El caso de Franz Kafka es distinto. En una carta de 45 páginas, escrita a máquina, titulada Carta a mi padre, la cual sería publicada por primera vez en 1966, el autor de la Metamorfosis vence el miedo, y lleno de dolor, le cuestiona a su figura paternal el trato recibido que lo ha llevado en un ser absorbido por la timidez, los complejos y la introspección. Es una diatriba y un llamado a la reflexión, elaborado con sentimiento y frialdad, que permitió a las letras conocer el contexto de uno de sus más prominentes figuras.
Otras publicaciones como Clementine Churchill: The Story of a Marriage, escrito por su hija Mary Soames, es la mejor biografía sobre la relación de Winston Churchill con su esposa, exponiendo el talante de la mujer detrás del héroe británico. En el caso de los padres, el desahogo emocional de Isabel Allende tras la pérdida de su hija Paula o las Cartas de Lord Chestefield a su hijo Felipe Stanhope, en la que orienta con sabios consejos a su heredero dentro del ambiente señorial del siglo XVIII, son obras que impactan por su contenido.
Con estos antecedentes a la mano, la reciente publicación del libro El arte de Fernando Botero, escrito por Juan Carlos Botero, es un testimonio fascinante. El hijo lleno de admiración, afecto y fervor, se logra desprender del enfoque sesgado por la adoración para darle vida a una descripción estricta de la obra del más grande pintor colombiano. En ella brotan los temas de una historia gráfica influenciada por Piero de la Francesca, en la que la serenidad de sus personajes expresan el ambiente latinoamericano, la crueldad y la fanfarria de la fiesta brava, la violencia en sus distintas épocas, la crítica política plasmada en sus series sobre Abu Ghraib y los retratos con un sello irrepetible.
El hijo descubre al padre, describe un universo donde el volumen, el anhelo por lo clásico, la combinación y la definición del color, son estampilla única del artista universal que no se desprende de sus raíces.
Lo que ha logrado Juan Carlos Botero con esta obra es demostrar que la admiración y la adoración por un padre pueden plasmarse con rigor, dejando que el afecto se manifieste en la calidad de un libro que todo colombiano debería tener.