Hace pocos días el Gobierno Nacional radicó en el Congreso de la República el proyecto de Presupuesto para el año 2016. Entre los pomposos anuncios realizados por el Ministro de Hacienda, sobresalió el que define la estrategia fiscal del gobierno como una ‘austeridad inteligente’ para enfrentar las actuales tempestades económicas. Ante tanta sofisticación del lenguaje es pertinente revisar cuáles son los supuestos sobre los que se ha edificado el presupuesto del próximo año.
Para adelantar este ejercicio es necesario resaltar que el presupuesto debe ser consistente tanto con el Plan Plurianual de Inversiones del Plan de Desarrollo, como con el Marco Fiscal de Mediano Plazo y, lógicamente, con la realidad. Construir cualquier propuesta por fuera de estos criterios sería ilusorio.
Para empezar, resulta poco creíble que el Gobierno haya construido la visión presupuestal sobre la base de un crecimiento económico en el año 2015 del 3,6 por ciento. Tan solo considerando que el Banco de la República ya revisó su meta de crecimiento en el presente año con un mediocre 2,8 por ciento, y que analistas internacionales de mercados hablan de crecimientos cercanos al 2 por ciento, toda la esperanza del equipo económico parece una fantasía, más aún si se tiene en cuenta que el efecto más grande de la caída de la renta petrolera será en el 2016.
También es preocupante que se estime un precio del petróleo cercano a los 64 dólares por barril en el 2016, cuando las tendencias indican que vamos hacia una estabilización por debajo de los 54 dólares. La importancia de este supuesto es tal, que por cada dólar que se sitúe por debajo de la proyección gubernamental, la nación dejará de percibir más de 500 mil millones de pesos, pronunciando todavía más el hueco fiscal.
No deja de ser algo alarmante que el presupuesto haya establecido una meta de inflación del 3 por ciento para el próximo año, cuando el mismo Emisor ha determinado que en el 2015 la inflación se situará cerca del 4,4 por ciento. Pareciera que se espera que los efectos inflacionarios de la devaluación sean un asunto transitorio, cuando todo indica que hay situaciones estructurales.
En cuanto a la consistencia con el Plan de Desarrollo y el Marco Fiscal de Mediano Plazo, es evidente su desconexión. En estos dos documentos se menciona la relevancia de los sectores industriales, agrarios, mineros y de ciencia y tecnología como motores del crecimiento en la actual coyuntura, impulsados, entre otros, con más recursos públicos. Pues bien, en el proyecto de presupuesto los recursos para el agro caen 39 por ciento; los de minas y energía, 20 por ciento; los de comercio, industria y turismo, 9 por ciento, y los de ciencia y tecnología, 20 por ciento. Sencillamente inconsistente.
Estamos ante un momento económico complejo que demanda sinceridad. Seguir presentando escenarios por fuera de la realidad, e inconsistentes con los documentos que orientan a los mercados, puede generar dudas sobre nuestras fortalezas y cuestionar el grado de inversión. Este camino debemos evitarlo a toda costa.
Iván Duque Márquez
Senador
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