Hace poco le escuché decir a un gerente que la palabra empoderamiento estaba pasada de moda.
Al parecer lo decía porque, según sus palabras, le hablaban mucho de ella, pero nunca la había visto. No puedo creerlo, repliqué: este concepto es nuevo, es uno de los más recientes avances de la gerencia y contiene unas verdades inequívocas sobre el desarrollo del personal. El otro se mantuvo en su puesto cuando dijo que la globalización ya no permite esos deslices.
Digamos que el llamado empoderamiento es el nombre artificial que se la ha dado a la destreza de la delegación.
Delegar no es una técnica, es un arte de confianza. Empezando por lo negativo, los jefes que no delegan ignoran el daño que hacen en la confianza.
En primer lugar, matan la creatividad de sus subalternos, impiden el desarrollo de la personalidad y crean un clima de dependencia que se vuelve un círculo vicioso cuando los colaboradores siempre tienen que cargar la misma piedra, como Sísifo, para subir a recoger las órdenes.
Los jefes que no delegan y sólo dan órdenes, tienen un perfil notoriamente egoísta. No ceden, centralizan. Si empoderar consiste en ceder razonables porciones del poder que se tiene, mucho me temo que hay una legión de jefes inseguros, cuyas actuaciones se encuentran más cerca del control que del compromiso. La no delegación es, pues un circuito interminable y pernicioso, y el camino perfecto para fundar una muchedumbre de sumisos. No obstante, muchas personas caen en esa trampa de la docilidad a menudo por comodidad, o por aceptar el 'salario del miedo' de aquella famosa película francesa.
Los mandones que todo lo resuelven y que no dejan espacio a la iniciativa de los demás, se les nota el titubeo en los ojos. Para que no se les perciban las vacilaciones, entonces se ocupan de dar órdenes estrepitosas con el fin de cortar la posibilidad de cualquier objeción o réplica. De esta manera, se van quedando solitarios, sacándole el cuerpo a los respondones que les mortifican su vida.
La ausencia de delegación es un sacrificio del capital humano de una empresa. Es un desperdicio del talento de los demás y una pérdida de oportunidades que puede pagarse muy caro, cuando las organizaciones tienen ejecutivos que sólo se ocupan de las pequeñeces, y se olvidan de los propósitos esenciales del futuro por perseguir los detalles insignificantes de la ordinaria vida gerencial.
Y, como si no fuera poco, las maniobras del centralista que no delega le son particularmente útiles para mantener una fuerte autoridad y así dar una imagen de que es imprescindible.
Como nunca tiene unos colaboradores siquiera tan buenos como él mismo, porque no los han formado de puro miedo a que lo depongan, estos autoritarios se hacen reelegir de manera indefinida, porque dicha estrategia les funciona maravillosamente con todos los mansos, grandes y chicos, que él mismo ha amamantado en torno suyo.
Este es el diagnóstico sobre el empoderamiento mal visto; las soluciones están al revés del mismo.
Pero, en forma más general, ¿cómo puede crecer un Departamento dado, y tener su propio equipo de líderes, si todas las decisiones que le afectan tienen que ser tomadas por el poder central en Bogotá?
El empoderamiento al desnudo
Delegar no es una técnica, es un arte de confianza. Empezando por lo negativo, los jefes que no dele
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Jaime Lopera
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