Hace semanas, me ahoga un permanente estado de distracción. No es algo nuevo, pero ahora me genera más impaciencia al sentir que cada vez me roba más calidad de vida.
Esta falta de calma y foco no es culpa del trabajo, de los hijos o los trancones, sino el resultado de las redes sociales. Me descubro interrumpiendo cualquier actividad –desde leer, trabajar, hacer ejercicio, o estar con mis hijos– por mirar Facebook, Instagram o Twitter. Al final del día, no sé en qué se me fueron las horas, y siento un cierto vacío, dolor de cabeza y tensión en el cuello.
Y como uno encuentra lo que busca, me topé con una charla de un ingeniero de sistemas y profesor de la Universidad de Georgetown, llamado Cal Newport, que me inspiró. En este video explica cómo nunca ha usado redes sociales y expone sus razones para estar convencido de su nocividad. Sus argumentos me parecieron contundentes.
En resumen, Newport sostiene que las redes sociales no son una herramienta esencial para la vida moderna, sino otra forma de entretenimiento orientada a generar adicción.
Adicionalmente, estas plataformas no son esenciales para el éxito personal o profesional, ya que no generan valor o incitan al desarrollo de habilidades por parte de sus usuarios. Por último, Newport sostiene que las redes sociales son dañinas, al fragmentar la atención de sus usuarios e inducir a la ansiedad por exponer la mente a constantes estímulos.
Me habló al alma, y procedí a borrar las aplicaciones de redes de mi celular. Eso evitaría que durante el día me ganara la tentación de ver la última bestialidad de algún político, o la foto del reciente viaje de alguna amistad.
El siguiente paso fue de desactivar las cuentas, y ahí sí sentí el apego que les tengo. Empecé a inventar argumentos para no hacerlo y decidir limitar mi revisión de redes al computador. Al sentir mi reticencia supe que tenía que hacer de esta decisión algo público si quería que funcionara. Por eso, tomé la determinación de escribir esta columna, para forzarme a decirle adiós a las redes. En el pasado ya lo había intentado sin mayor éxito, pero ahora, realmente, no soporto la succión de tiempo y concentración en las que he caído presa.
Desactivé mis cuentas de Twitter e Instagram, y haré lo mismo con la de Facebook cuando se publique esta columna y pueda ponerla ahí como despedida formal. Así, espero que comience el feliz experimento de zafarme de un vicio que, como el citado Cal Newport dice, se asimila al de vivir pegado a un tragamonedas. Este adiós no implica que me vaya a convertir en una hippie, alejada de toda tecnología, ya que seguiré usando teléfono, email, internet y WhatsApp.
A partir de hoy, si quiere encontrarme tendrá que hacerlo a la antigua, o, por lo menos, como se hacía antes del dominio de las redes.
Johanna Peters
Consultora en comunicaciones
johanna.peters@galileo6.com
Adiós a las redes sociales
A partir de hoy, si quiere encontrarme tendrá que hacerlo a la antigua, o, por lo menos, como se hacía antes del dominio de las redes.
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