El Metro de Medellín es una empresa que se ha convertido en referente para la ciudad y el país, en parte, por haber logrado liderar la prestación de un servicio que ninguna otra urbe ha podido implementar. Aunque, también los usuarios reconocen la promoción de una ‘cultura metro’ que ha permitido definir unos comportamientos, tanto dentro del sistema, como por fuera. Tal vez por ello, en la encuesta ‘Medellín Cómo Vamos 2014’, aparece el metro como la empresa mejor evaluada por la ciudadanía, resultado que ha obtenido desde hace nueve años de manera consecutiva.
No obstante, esta percepción de la sociedad puede estar blindando peligrosamente a la empresa de otros temas que podrían ser discutibles. Uno de ellos tiene que ver con la prestación del servicio, el cual presenta problemas de congestión en ciertos horarios –horas pico–, lo que ha motivado una serie de estrategias internas para solucionarlo, aunque han resultado insuficientes. Desde la gerencia, tanto la anterior, como la que inicia, insisten en proponerle a la sociedad que reconsidere los horarios laborales, con el fin de hacerlos más flexibles y no sobrecargar el sistema.
Obviamente, el problema de la congestión es grave, pues los usuarios se quejan por las pérdidas de tiempo en sus desplazamientos, las largas filas para la compra de tiquetes e ingresar al sistema, las frecuencias, la dificultad para ingresar y salir de los vagones, teniendo, en ocasiones, que llegar a otra estación para después devolverse. Todo esto, sin mencionar las fallas de eficiencia por el lento servicio en las taquillas y el ineficiente acceso por los torniquetes, advirtiendo que existen taquillas cerradas y sin funcionamiento. En otras palabras, son problemas semejantes a los de Transmilenio en Bogotá.
Adicionalmente, la operación del sistema presenta otras fallas, que según los técnicos, son catalogadas como habituales, y que se encuentran dentro de un rango normal, lo cual puede ser cierto, pero que, en caso de presentarse, siempre repercuten en la operación y terminan retrasando el servicio. Así las cosas, la congestión obedece a un exceso de demanda, que refleja la incapacidad de la empresa para atenderla y que se agrava en aquellas situaciones en las cuales el sistema registra fallas. Finalmente, el afectado es el usuario, quién no solo debe pagar una tarifa que no es barata, sino asumir los costos por demoras en el desplazamiento –reduciendo los tiempos para el disfrute y la atención de la familia–, por la elección de otras alternativas de transporte, entre otros. Dichos costos son irrecuperables y no obtiene compensación alguna por parte de la empresa.
En efecto, ¿estarán los usuarios cayendo en un exceso de tolerancia con la compañía? ¿Hasta dónde una encuesta de percepción puede estar encubriendo ineficiencias que saltan a la vista? ¿Cuándo se verán reflejadas las inconformidades en la encuesta ‘Medellín Cómo Vamos’? ¿Por qué razón la ciudad debe escalonar sus horarios laborales en función del sistema de transporte? Luego, ¿no es este el que debería estar en función de la urbe, y no al contrario?
Jorge Coronel López
Economista - Profesor U. de Medellín
jcoronel2003@yahoo.es