Encrucijada venezolana
POR:
Jorge Mario Eastman Vélez
Entre 1979 y 1980 hicimos parte de la Comisión Negociadora de las Áreas Marinas y Submarinas entre Colombia y Venezuela. Fueron ocho rondas intensas que se tradujeron en un documento que pasó a la firma de los presidentes Herrera Campings y Turbay Ayala. Nos honró compartir tamaña responsabilidad con Julio Londoño, Carlos Holguín, Alfredo Araújo y Edmundo López. A última hora, una contramarcha clientelista e inesperada del mandatario venezolano frustró el Acuerdo, para dejarlo reducido a lo que hoy se denomina melancólicamente La Hipótesis de Caraballeda.
En compañía del eminente tratadista Marco Gerardo Monroy Cabra, publicamos en 1987 (Editorial Oveja Negra) el libro El Diferendo Colombo-Venezolano que, por cierto, se convirtió en texto de consulta obligado a raíz de un episodio que algunos interpretaron como inminente agresión naval a nuestra flota, cuyos entretelones es mejor no volverlos a menear.
Estos dos antecedentes nos permiten evaluar con alguna autoridad los peligrosos desenlaces a los que podría conducir la actual crisis politicoeconómica que hoy atenaza y asfixia al hermano país. Mientras tanto, es de temer que el caudillismo de viejo cuño de Chávez, ejercido por interpuestos personajes menores, desemboque en un caos generalizado.
No hay que olvidar que Venezuela ha tenido como elemento consubstancial de su historia, desde Páez, un pasado autocrático y militarista.
El paréntesis democrático sucedido entre los gobiernos de Betancur y la reelección de Caldera debe interpretarse, en rigor, como un periodo atípico que solo sirve para confirmar la regla general, es decir, la vigencia de regímenes caudillistas y dictatoriales. Sus partidos políticos, fotocopiados tardíamente de la Democracia- Cristiana y la Social-Democracia europeas a mediados del siglo XX, no obstante sus fuertes respaldos electorales, precisamente por carecer de compromiso histórico, cayeron muy temprano en manos de una dirigencia codiciosa que terminó, por un lado, enloqueciéndose con la riqueza petrolera y, por el otro, dándole la espalda a las desigualdades crecientes. Sus ríos de dólares provenientes de las subiendas cíclicas del “oro negro” condujeron, por falta de controles adecuados, a una corrupción generalizada del establecimiento político que no tuvo inconveniente en ponerse a discreción de conocidos sectores del gran capital. Por esta razón, al poco andar, la patria de Bolívar se convirtió, junto con México, en la Meca del latrocinio a cargo de una baraja variopinta de expresidentes, exministros, exmagistrados y generales.
Chávez no ha sido fruto de una generación espontánea, sino la resultante del fracaso estruendoso de los dueños del sistema democrático representativo, mal entendido, peor aplicado y con el “capitalismo salvaje” mandando como le ha dado la gana. Por eso, en las urnas debe recomenzar una especie de refundación de Venezuela.
Adenda: La Comisión Negociadora de la Paz, bajo la dirección de Humberto de la Calle, merece todo nuestro reconocimiento por la prudencia, inteligencia y responsabilidad con que ha venido actuando.
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