Es imposible garantizar una educación de calidad cuando las jornadas en el país para la mayor parte de los estudiantes solo duran entre 5 y 6 horas. En Corea y China, los niños estudian prácticamente todo el día. Ese extremo no es deseable, pero estamos en mora de tener una jornada completa de 8 horas. Es necesario establecer un plan real y alcanzable para hacer que todos los niños y jóvenes la tengan.
La doble jornada existe en Colombia desde 1965, cuando el Gobierno Nacional permitió las ‘secciones paralelas de bachillerato’ en las cinco ciudades principales y, posteriormente, amplió la medida a todos los planteles del país.
Esto quiso cambiarse en 1994, cuando la Misión de Sabios le recomendó al Gobierno un viraje sobre la jornada escolar. En el Artículo 85 de la Ley General de Educación de se año se establece que “el servicio público educativo se prestará en las instituciones educativas en una sola jornada diurna”. Se determinó que los establecimientos definieran un programa de conversión a la jornada única.
Sin embargo, en el 2002, en el Decreto 1850 se derogaron los artículos que se referían a la jornada escolar y se aplazó, de forma indefinida, la jornada única.
La doble jornada afecta a más de 7 millones de niños y jóvenes y recae desproporcionadamente en los estudiantes de los colegio oficiales. Solo el 12 por ciento de los estudiantes en primaria, en los colegios oficiales, tiene jornada única o completa. El 25 por ciento de los estudiantes en primaria tienen jornada en las tardes y el 62 por ciento, únicamente en las mañanas. El porcentaje es similar para secundaria y media. Los colegios privados tampoco se salvan, solo el 56 por ciento tienen una jornada completa.
La jornada completa mejora los resultados en el desempeño académico, reducen las tasas de repitencia, deserción, embarazo adolescente, el crimen y el consumo de drogas y alcohol. Además, la jornada única ayudaría a millones de madres al disponer de tiempo adicional para emplearse o hacer otras actividades. Esas mamás podrían vivir sin el estrés de pensar que sus hijos están en la calle a la deriva de lo que esta les ofrece.
Por eso, en el tercer punto del Pacto por la Educación pedimos la implementación gradual de la doble jornada. Armando Montenegro y otros economistas han hecho un llamado a universalizar la jornada completa, y nos unimos a ellos.
Los elevados costos, que pueden ascender a más de 11 billones de pesos, no pueden ser una excusa para no hacer un plan inteligente de implementación. Considerar la transición demográfica del país, alianzas público privadas, el uso de espacios no tradicionales de estudio, la diferenciación entre la zona rural y urbana, y el apoyo decidido a esta política deben marcar el norte del país en este sentido.
Que no se nos sigan pasando las horas para tener un cambio profundo en la calidad educativa del país.
Juan David Aristizábal
Profesor del Cesa
juan@llenandoespacios.co