Existe una relación entre el desempeño de las empresas y el nivel de inversión que estas hacen en investigación y desarrollo, la cual no solo es evidente en el día a día, sino que está bien estudiada. También leemos todo el tiempo sobre cómo las compañías que crecen por encima de las demás, las que rompen paradigmas, crean valor y cautivan a los consumidores, reinvierten un alto porcentaje de sus utilidades en Ciencia Tecnología e innovación (CTi).
Estos recursos son administrados con enorme cuidado dada su naturaleza estratégica. Las juntas directivas orientan y hacen seguimiento a los distintos resultados y logros, pero a la vez son cuidadosas al dejar que sean sus científicos y expertos los que se encarguen de los desarrollos. Una parte de sus innovaciones son hechas en casa, pero vigilan celosamente el entorno para ver con quién hay que aliarse o a quién hay que comprar. Todos en la empresa saben perfectamente que en el qué y en el cómo se están jugando buena parte de lo que será su futuro.
A nivel de los países la situación es similar. Para crecer sosteniblemente deben invertir una parte importante de su PIB en CTi. Los Estados que hacen parte de la Ocde invierten en promedio el 4 por ciento de su PIB anual en actividades de Cti, mientras que en Colombia en este año las proyecciones más optimistas solo llegan al 0,67 por ciento, de los cuales solo 0,25 por ciento sería destinado a investigación y desarrollo. Este bajo nivel de inversión nos condena a una trayectoria de crecimiento mucho menor de la que necesitamos para poder proveer los bienes y servicios públicos y privados que nuestra población necesita y para conservar y aprovechar nuestro gran capital natural.
Pero no solo se trata de plata. La calidad de la inversión es igualmente trascendental y ahí también estamos cojos. Colciencias, desde sus distintas formas organizacionales, ha buscado ser un organismo que orienta y a la vez financia la Cti, pero su alcance ha sido limitado prácticamente al direccionamiento de sus propios recursos, a pesar de contar con un buen capital humano. Su influencia sobre los presupuestos y el quehacer de los distintos actores con los que se relaciona no ha sido óptima.
Un Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología requiere de una orientación estratégica, que asigne los recursos disponibles para maximizar valor en función de las necesidades y oportunidades nacionales más prioritarias, y que ayude a conectar eficientemente la educación, el emprendimiento, nuevas tecnologías como las de la cuarta revolución industrial y la frontera del conocimiento en áreas y temáticas muy específicas donde tengamos espacios.
Esto se logra más eficientemente con un ministerio de CTi. Un ministerio con asiento en el consejo de ministros que cuente con el espacio y las herramientas para buscar la plata que se necesita y optimizar la que haya; que promueva el desarrollo y la acumulación de capital social, de cultura, de relaciones eficientes que optimicen las capacidades del sistema nacional.
El proyecto de Ley 250 de 2018 del Senado crea dicha cartera. Ya fue aprobado por la Cámara y está a dos debates de ser ley de la República. Su texto, que no debe ir más allá de un mandato con pocos detalles, es la oportunidad para que el Congreso y el nuevo gobierno le monten su unidad de CTi a la empresa Colombia.