Ahora que creemos saber qué es un paradigma, conviene no olvidar tampoco que los susodichos cambian como las modas, y recordar que aceptarlos sin chistar puede ser fatal. Hay paradigmas fértiles, paradigmas estériles y paradigmas simplemente equivocados. Uno de los más erróneos de los que se tiene noticia, se le achaca nada menos que a Aristóteles: cuando el estagirita dictaminó que los cuerpos más pesados caían más rápido que los livianos, atrasó el progreso de la humanidad, por lo menos, mil ochocientos años.
En otro contexto, cuando, durante una entrevista, le pregunté a Juan Cárdenas (cuya cultura plástica literalmente alumbra en cada uno de sus lienzos), que cuál de los paradigmas estéticos que pulularon en el siglo XX le parecía el más banal y cuál el más fértil, contestó: “banal, el intento de rebajar el arte a cultura popular; fértil, la falsa tesis de que la fotografía reemplazó a la pintura”.
Contrástese, pues, el vigor fértil de la respuesta del maestro Cárdenas (sí, hermano de Santiago, ese otro maestro de la textura de tableros y paños) con el raquitismo estéril de ese paradigma del marxismo-leninismo que tanto daño hizo por estos pagos, a saber, aquella dicotomía arbitraría que estetas de rabiosa pelambre soviética decretaron y que anteponía, como axioma incontestable, la existencia de un arte progresista, al servicio de la revolución proletaria, y otro retardatario, al servicio de la burguesía decadente y el imperialismo yanqui.
Es una lástima que a estos vociferantes pregoneros del ‘determinismo histórico’ se les escapara el paradigma que, por las mismas épocas, planteara el más grande y accesible de todos los historiadores del arte (este sí marxista) del siglo XX, Arnold Hauser; a saber, la presencia inexorable, en todo arte, de una tensión permanente entre, por un lado, oficio y tradición, y por el otro, sociedad y cambio. Tensión que, por todo lo demás, todavía fragua y desfragua el quehacer de todas las artes contemporáneas: cine, literatura, música, escultura, pintura…
Armados de semejante garrote tan rudimentario como contundente, el resultado no pudo ser otro que lo que fue: una contusión severa que asfixió cualquier cosa distinta a la exaltación infantil de obreros pintados con martillos rojos y cascos amarillos (o viceversa) y la redacción sin sonrojarse de ensayos que iniciaban con tonterías grandilocuentes como: “La masacre de las bananeras es la piedra angular de Cien años de soledad”.
Pero vamos al grano: ojo con los nuevos paradigmas del ambientalismo a ultranza, con la protesta instintiva contra todo pozo de petróleo o las semillas transgénicas de las que no se ha podido dar un solo indicio de que produzcan alimentos menos seguros que los producidos de cualquier otro modo. En Europa, cito, “las semillas transgénicas han reducido en un 37% el uso de pesticidas químicos, aumentado en un 22% el rendimiento de las cosechas y en 68% las utilidades de sus granjeros”. Ahora, lo anterior no exonera la reciente ineptitud manifiesta del Anla, de los ministerios pertinentes ni el clamoroso oportunismo y mala información de nuestros medios.
Juan Manuel Pombo
Profesor y traductor
juamanpo@yahoo.com
Entre
paradigmas
y equívocos
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Juan Manuel Pombo
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