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Juan Manuel Pombo

La tautología del conocimiento

Juan Manuel Pombo
POR:
Juan Manuel Pombo

Paulina Piedrahita, una avezada profesora de lingüística cuyos conocimientos desaproveché de manera olímpica por razones que aún no dejo de lamentar, solía contar un chiste tan bobo como profundo: un niño tenía frito a su papá preguntándole por la ortografía de las palabras para cumplir con sus tareas escolares.

Un buen día, su padre, harto ya de la cantaleta, le protestó diciendo que para eso estaban los diccionarios, le alcanzó un enorme pequeño Larousse y se largó. El niño, perplejo, con el mamotreto en las manos, tras breve silencio preguntó: “papá, ¿cómo busco si no sé cómo se escribe?”.

La paradoja de Juanito, por darle un nombre a la pregunta del niño, apunta a un problema mayor del conocimiento: la tautología que parece estar implícita y a la base de toda erudición. En otras palabras, es imposible saber sin saber.

Ahora bien, quizá la osmosis explique en parte por qué con frecuencia la humanidad ha dado con importantes hallazgos de manera simultánea sin que las partes necesariamente se conocieran unas a otras como ocurrió, por ejemplo, durante el arco del siglo VI a.c. que cubre de Confucio a Solón, o ese contagio de lucidez en la Atenas de Pericles, discípulo de Anaxágoras, amigo de Fidias, patrocinador de Heródoto y contemporáneos todos de Sófocles y Eurípides. O el virus creativo, político y mercantil del Renacimiento italiano, o la venturosa enfermedad de la razón ilustrada que pone a Newton y a Leibniz a pelear como nerdos malcriados por el invento del cálculo infinitesimal.

Estoy convencido de que las ideas sí flotan en el aire, pero alguien tiene que diseminarlas. La lucidez puede ser contagiosa, pero para adquirirla hay que estar expuestos a sus miasmas. La algarabía del 80 por ciento de nuestros productos mediáticos incide en el ruido de nuestras calles y en la precariedad de nuestra expresión; por el contrario, la claridad, la inteligencia y el humor que exuda el lenguaje oral en el Reino Unido, le debe montones a la articulación inteligente a la que la BBC (radio y televisión) expuso con vigor continuo a todo un pueblo, con renovado ímpetu al terminar la Segunda Guerra.

Sí, estoy pensando en la revista El Malpensante: como advierte una columna reciente en Arcadia, es increíble que las marcas de tragos fifí y entidades como, por ejemplo, Cine Colombia, no hayan reconocido el potencial publicitario de una revista que tiene por lo menos doce mil suscriptores verdaderamente certificados.

¿Cómo es posible que entidades como los ministerios de Educación, Cultura y Salud no distribuyan esas revistas en sus instalaciones por todo el país y en cambio sí tengan enemil pantallas pasando telenovelas insulsas? ¿Qué ocurriría si las salas de espera en oficinas y consultorios, públicos y privados, ofrecieran, además de la consabida chismografía de farándula, un par de revisticas de mejor talante y cuño? ¡Por todos los diantres!, exclamaría el capitán Haddock… ¿realmente alguien cree que TVyNovelas es la publicación más leída del país? ¿Qué ojear eso es leer? Peor aún, ¿que sirve para vender nada?

Juan Manuel Pombo
Profesor y traductor
juamanpo@yahoo.com


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