Resulta apenas natural la indignación del alcalde Medellín, Federico Gutiérrez, y de medio país, por cuenta de la visita que un cantante –que arribó la capital paisa– hizo a la tumba del derrotado narcotraficante Pablo Escobar. Pero no se puede esperar nada distinto de una sociedad que aún reivindica las novelas y series de televisión sobre capos, en las cuales los ponderan como grandes genios o héroes que transformaron a Colombia.
Ese ‘sabor’ en el ambiente de que todo se puede arreglar con dinero o de ‘usted no sabe quien soy yo’ es la más fiel herencia del narcotráfico, reproducida a través de las películas. Esa capacidad social de corromper a un Estado no es otra cosa que la cosecha de unas semillas sembradas en las décadas más oscuras de Colombia. Será el nuevo fenómeno que la institucionalidad deberá enfrentar a partir de la recuperación de la confianza de los ciudadanos y de la educación de las nuevas generaciones.
No se puede comparar, como bien plantearon algunos analistas en medios, la tumba de Escobar con los respetables monumentos a las víctimas que merecen los países que como Colombia han sufrido por tantos años la crueldad de la guerra. Una cosa es crear memoria histórica para no volver a repetir las infamias de un conflicto armado que nos costó tanto como país, y otra muy distinta es ponderar a los delincuentes que tanto daño y vergüenza les han generado a los colombianos.
Un gran amigo dice que Colombia iba bien en el mundo hasta cuando solo se hablaba de café. Hoy, lo cierto, es que en el exterior se conversa sobre artistas, jugadores, científicos (pocos, pero creciendo en número) y, por fortuna, de la firma de un proceso de paz antes que de narcotráfico o de guerra. Sin embargo, hechos como el del cantante que visitó la tumba de Escobar aún persisten entre algunos segmentos de la sociedad que, sin quererlo, reinvindican el fenómeno que más ha golpeado a Colombia.
La tarea de recuperar la imagen de nuestro país no refiere solo a Procolombia, a la Cancillería o al Ministerio de Comercio. Se trata de una responsabilidad en la que debemos aportar todos los ciudadanos que tenemos la convicción de que hay una nueva realidad en el país. Es cierto que por estos días los ánimos están más bajos que de costumbre, pero ello no puede permitir que se incursione en lo que el ministro Alejandro Gaviria llama la “fracasomanía”, o la capacidad de servir de ‘profetas del desastre’.
Recuperar la confianza de los jóvenes en la política, de los empresarios en las instituciones y de los ciudadanos en el país debería ser una prioridad en la agenda del Gobierno. Esa construcción de una narrativa en positivo es la que puede realmente proyectar a Colombia de manera determinante en el exterior. Hay que recordar que la purga que se percibe en los medios por cuenta de los casos de corrupción no significa que el fenómeno esté en sus peores niveles, sino que por fin hay espacio en los titulares de prensa para denunciar y acabar con la impunidad.
Sacudir a Colombia de esa herencia del narcotráfico, como sucede con la corrupción, es una tarea que nos corresponde a cada uno de los ciudadanos a través de cualquier actividad cotidiana. Más vale comenzar ahora.
Juan Manuel Ramírez Montero
CEO de Innobrand / j@egonomista.com
Culto al narcotráfico
Sacudir a Colombia de esa herencia del narcotráfico es una tarea que nos corresponde a cada uno de los ciudadanos. Más vale comenzar ahora.
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