La situación preocupante de Venezuela llama a la reflexión sobre las consecuencias que tiene para un país el ejercicio político con ideas extremas en cualquiera de los sentidos, acompañado de propuestas populistas. Una inflación disparada, la incertidumbre de un golpe de Estado, civiles armados en las protestas y la falta de alimentos, son los más recientes hechos que ha desencadenado el abuso de poder del gobierno. Los denominados ‘programas de la revolución’ no resultaron más que intervenciones oficiales asistencialistas sin ninguna sostenibilidad, y que una vez dejaron de contar sin el sustento económico, por cuenta de la baja en los precios del petróleo, sufrieron recortes inevitables. Nada más peligroso para un país.
Hoy, en el mundo, hay cada vez más casos que prenden las alarmas de la democracia y plantean una serie de dudas frente al panorama incierto que estas situaciones trazan en las regiones. En Estados Unidos, por ejemplo, la guerra en la agenda pública ha cobrado beneficios de popularidad para el presidente Donald Trump. Tal y como sucedía en los tiempos de la guerra con Irak, se priorizó el gasto en defensa frente a otros tan necesarios como el de la salud, la educación y la infraestructura, que siguen siendo problemáticos en ese país. Desde la perspectiva económica, Estados Unidos padece un nacionalismo desbordado, proteccionista y peligroso en un escenario de inminente globalización; aunque esta ruta ha conquistado a la opinión pública, los efectos colaterales de las intervenciones económicas pueden desencadenar pérdidas de espacios ganados en los diferentes mercados del mundo. Todo un despropósito.
Como si esto fuera poco, en la Unión Europea también suenan campanas de extremismos. Mientras Gran Bretaña avanza en su salida del euro, Francia mantiene vivo el fantasma de la candidata ultraderechista Marine Le Penn, quien obtuvo el segundo lugar en las elecciones presidenciales del pasado fin de semana. Se trata de narrativas que, como en algunos casos en EE. UU., apuntan a la búsqueda de una reivindicación de sus países con fronteras cerradas, que cooperan menos que antes y que evitan hacer parte de alianzas o zonas que consideran amenazas para el desarrollo socioeconómico. Nada más alejado de la realidad.
Por supuesto que la democracia se instauró para responder a las expectativas electorales de los ciudadanos y garantizar la participación de las poblaciones en cada territorio. Sin embargo, resulta toda una amenaza la capacidad que la nueva ola de candidatos está teniendo ante la opinión pública para incidir en ellos de la mano de iniciativas pasionales, populistas y engañosas. Es toda una derrota que, cuando comenzaba la era civilizada de la negociación, el diálogo, el consenso y el trabajo en equipo a través de los organismos multilaterales, los países cedan en medio de una desaceleración económica global como la actual para darle paso a gobernantes irresponsables que actúan cada día de acuerdo con su estado de ánimo.
En esto Colombia debe tener mucho cuidado. Ante las próximas elecciones presidenciales es probable que aparezca la versión local de este tipo de candidatos con el firme propósito de elegirse a través de medidas populistas con ideas extremas. Habrá mucha tela por cortar.
Juan Manuel Ramírez Montero
CEO Innobrand
j@egonomista.com
La amenaza de los extremos
Es toda una derrota que, cuando comenzaba la era civilizada de la negociación y el diálogo, los países le den paso a gobernantes irresponsables.
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