Mi amigo Alejandro me contó a su regreso de vacaciones en Dubái, emirato ubicado en la costa del golfo arábigo –en el desierto de Arabia–, que ese país alcanzó niveles de turismo impresionantes. En el último año recibió a 9,9 millones de viajeros que dejaron alrededor de 10.400 millones de dólares (con un ritmo de crecimiento superior al 10%). Son cifras comparables con ciudades como Barcelona y equivalen más o menos a la mitad de otras como Nueva York, París y Bangkok.
Emocionado me dijo: “Nunca había visto –aclaro que es un viajero consumado– un metro tan limpio y tantos ‘Guinness Records’ en edificios, centros comerciales o vías más grandes del mundo”.
Mi conclusión, sencilla: Han logrado aprovechar los recursos del petróleo como pocos países para reducir la dependencia en el futuro. Tienen tecnología, infraestructura, bienes básicos, calidad de vida, educación y, por supuesto, retos urgentes que enfrentar como la libertad, los derechos de las mujeres y la incidencia de lo religioso sobre lo político.
Y me acordé de Venezuela, el noble vecino que vive sobre unos 297.000 millones de barriles de petróleo (que significan las mayores reservas a nivel mundial, incluso por encima de Arabia) y que a diferencia de Dubái registra una inflación del 63 por ciento, una de sus peores crisis de desabastecimiento y una sociedad poco dada a la productividad. De hecho, un panorama económico difícil tras la caída del precio del crudo hasta los 48 dólares, si se tiene en cuenta que solo este año el país deberá cubrir en cumplimiento de deuda unos 11.000 millones de dólares y ni qué decir del costo de los programas sociales.
Para los que no saben, Venezuela se ha dado el lujo de gastarse 800.000 millones de dólares entre 1999 y el 2013 de la venta del petróleo, sin haber conquistado la más mínima reducción de dependencia del anhelado ‘commodity’. Por eso no extraña que ahora se vean obligados a comenzar a subir el precio de la gasolina que por años regalaron, a replantear las iniciativas asistencialistas y a revisar el control cambiario; hay quienes dicen, incluso, que podrían iniciar un plan de venta de activos. Lo cierto es que el gobierno venezolano está preocupado. Y la evidencia estuvo cuando impidió las visitas de los expresidentes suramericanos al opositor Leopoldo López, la gira fallida por Asia y el reajuste a un presupuesto que contemplaba precios de 100 dólares.
Hoy se puede decir que se han desperdiciado generaciones y recursos. Pero también hay que reconocer lo que me dijo un pajarito del sector petrolero: “el chavismo es la consecuencia que dejó el mal manejo que por años se le dio a los dólares provenientes del petróleo”. Será por la vía democrática por la cual habrá que demostrar que se pueden hacer las cosas mejor y que es posible construir un país que no dependa de las materias primas, sino que por el contrario sea productivo, autosostenible y diverso en su dinámica económica. Solo de esa forma habrá, como diría el filósofo venezolano, una multiplicación de los “peces”.
Juan Manuel Ramírez Montero
Consultor
j@egonomista.com