No deja de ser paradójico vivir en Colombia. Nos movemos entre las noticias de un país que accede al exclusivo foro de las economías más desarrolladas del mundo, la Ocde, y que el Director de la Dian deba retirarse por amenazas de muerte por parte de poderosas bandas de contrabando. Nuestros indicadores macroeconómicos son destacados, pero los de educación, salud, seguridad, infraestructura, inversión en investigación y desarrollo, que reflejan la realidad nacional, espantarían a cualquier inversionista extranjero. Hay un abismo entre la imagen que proyectamos y la realidad que vivimos.
Colombia sigue siendo un país en el cual aún prima la trampa. No tenemos vocación real de desarrollo. No hay compromiso por ser los mejores en el mundo en unos sectores específicos, alrededor de los cuales se construyen políticas de largo plazo que acompañen un proceso y logren unos objetivos. Tenemos destellos esporádicos de éxito por el gran talento de nuestra gente, a pesar de un sistema disfuncional, corrupto, injusto y carente de estructura. Mientras unos pagan impuestos cada vez más altos, un segmento importante de la población delinque y no contribuye. ¿Cómo competir así, cuando el mundo desarrollado opera sin estos hándicaps?
La corrupción es quizás la barrera más compleja que tenemos frente a un real desarrollo sostenido. Ni siquiera es la paz. Lo podemos llamar mermelada o como queramos, pero todos los días vemos cómo todo se negocia, se compra. Nuestras fronteras e incluso aeropuertos están indefensos ante el poder de la mafia y el contrabando. Los pocos funcionarios que tienen el valor de impedir que todo siga siendo igual, criminales los coartan o la mal llamada Justicia de nuestro país los bloquea. Así no se podrá erradicar el contrabando, ni lograremos contar con una infraestructura moderna, no habrá mejoras en los sistemas de salud, ni de educación, y tampoco será posible el desarrollo sostenido.
Las negociaciones de un acuerdo comercial con Japón avanzan, mientras la aprobación del TLC con Corea quedó aplazado. Me declaro a favor del libre comercio, siempre y cuando el Estado colombiano, de la mano del sector privado, definan conjuntamente con qué ramos vamos a dar la batalla, y se comprometan a hacer las inversiones necesarias para que el país sea número uno en el mundo en esos sectores. Y no se trata de decir el agro, por ejemplo, ni de decir en el sector agrícola cuáles productos serán de talla mundial, y cómo lograrlo. Requerimos inversión en industrialización de nuestros alimentos, en tecnologías de logística y de empaque.
Lo he dicho antes: la visión del Ejecutivo debe estar acompañada de leyes que promuevan e incentiven la inversión del sector privado. En Colombia, la política de Estado hoy, mañana ya no tiene vigencia. Decimos que nuestros empresarios son cortoplacistas, pero cómo no serlo, si el Estado da bandazos de derecha a izquierda con gran facilidad y no hay estabilidad jurídica. Gran diferencia existe con nuestros pares en países como Corea. Una vez definida la política de Estado, una vez seleccionada la ‘locomotora de desarrollo económico’, todo el país la acompaña, apoya, promueve, la pone en práctica. Se siente armonía, ‘unidad de caja’, coherencia, compromiso y unión entre el sector público y privado. Tenemos que cerrar la brecha entre la imagen que vendemos y la realidad en que vivimos.
Mientras tanto, la paradoja continúa.
Juan Pablo Campos
Empresario especializado en Comercio con Asia
campos@colombiasialink.com